Monday, February 19, 2007

DE LA TIERRA QUE DETIENE EL TIEMPO EN LA PLANTA DE LOS PIES


DE LA TIERRA QUE DETIENE EL TIEMPO...

José Carlos De Nóbrega.

Vielsi Arias: Transeúnte. Editorial El Perro y la Rana, Caracas, 2005, 52 páginas.

Este libro, el primero de Vielsi, nos ha hecho un llamado de atención que ronda la simpatía. Quizás nos recuerde la emotiva y simbólica atmósfera de la película Les portes de la nuit (1946) de Marcel Carné: si bien el guión de Jacques Prévert concilia poéticamente tragedia y melodrama, tono del cual no adolece el poemario, se cuela la analogía en el arisco vagabundo que encarna el destino atribulado de los personajes en el París de la postguerra; mientras que el leiv motiv materializado en transeúnte marca el corpus poético sin titubeos, por vía del trajinar en pos de la captura del tiempo bajo las suelas escoriadas de sus zapatos. “Ahora permanece tendido /un enfermo / en la textura de su cama / pedazos de cuerpo / quedarían al pasar / el transeúnte”, como si fuese la sombra de la muerte, arrebatando y arrancando las almas de las casas cuyos dinteles no fueron manchados con la sangre de corderos propiciatorios. No se concede un ápice a la invocación de las musas o bacantes apolíneas del buen decir, por el contrario, la marginal figura del pintor callejero (sí, Cristóbal Ruiz, efectivamente) aprehende el tiempo en la ilusoria ensoñación aplastada por trazos gruesos y toscos del óleo contra el lienzo, de la misma manera que el moho desmorona impunemente la consistencia del pan. No en balde “La ciudad se va tiñendo de rojo / tiene un pintor daltónico / con un solo tono / en su paleta de óleo / y un pincel aturdido / por el tiempo”, sin duda el mejor poema del libro, eje transversal que hermana el discurso plástico con el poético amén de justificar la coherencia y la unidad del conjunto.

El daltonismo revela la precariedad del soporte, del discurso plástico y poético en una aproximación fragmentaria a la lánguida belleza de las cosas: en el poema VOY CARGANDO EL TIEMPO, el texto es una derivación del epígrafe de Cristóbal Ruiz; la piedra hueca del tiempo disuelve el yo poético en la sequedad y la aridez de la costa (en una alusión a la luz de Reverón transfigurando el paisaje, de donde Castillete es la enramada bajo cuya sombra dormitan sus muñecas): “Voy cargando el tiempo / desnudo / en sus cicatrices / me vuelvo al viento / como una partícula / más que divorcia”. El acto de creación no está reñido con la religión, ni con el milagro: hay un entronque con un poema padre, a modo de Dios tutelar, “El tiempo tiene, mi señor, un morral en su espalda / Donde deposita limosnas para el olvido. / Inmenso monstruo de ingratitud” (William Shakespeare, Troilo y Crésida, III, 3). La Poesía es un diálogo vivo que persiste con denuedo en su disputa contra el tiempo y la muerte, muy a pesar de la sensación de vacío que nos embosca sin misericordia y de vez en vez, viñeta a viñeta: “El vacío me persigue / pero insisto / en ocupar su lugar / esta sed / que ya no me sostiene / permanece colgando a su cuerpo / tu sombra me visita / todas las noches / espero el acero / preparo el espacio / para una nueva grieta / no son ya suficientes / el sangrar de las piedras / el principio de la aguja / bastaría / para dibujar / una nueva cicatriz”. La lírica, entonces, manifiesta la saudade de un fado en la desgarradora voz de Doña Amália Rodrigues: ya lo observaba la conmoción de Miguel Esteves Cardoso, dejémonos de palabras. En el silencio, cantaremos. En cuanto ella nos canta. En el silencio, seremos. Más de lo que éramos antes de oírla.

Valencia, 19 de febrero de 2007.

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