Valencia, como es bien sabido, no es una ciudad que admita medias tintas. Se le aborrece o se le quiere entrañablemente. La ciudad se nos presenta cada vez más fragmentada y desolada, muy a pesar de no haber sufrido el cataclismo hecatómbico de la guerra o de los desastres naturales como en los casos de Beirut, Zagreb, Bagdad o La Guaira. Valencia, la de Venezuela, padece una enfermedad degenerativa que la corroe puertas adentro: la complicidad tácita de una sociedad civil amodorrada y enculillada, la voracidad inmediatista e insomne de Don Dinero y la ineficacia y el envilecimiento de la clase política local y nacional. Sin embargo, los artistas de la palabra y de la imagen –en unas significativas ocasiones- han tenido a la ciudad como motivo de sus obsesiones y preocupaciones. Revisemos pasajes de la obra de José Rafael Pocaterra, Eugenio Montejo, Alejandro Oliveros, Orlando Chirinos, Pedro Téllez, Slavko Zupcic, o las imágenes forjadas afanosamente por sus artistas plásticos, Arturo Michelena, Braulio Salazar, Vladimir Zabaleta o Javier Téllez, valga tan caótico y caprichoso inventario.
Nos ocupa (y nos complace) la más reciente exposición del fotógrafo Orlando Baquero titulada El Eco de las Sombras, Mayo de 2006, Librería Kuaimare de Valencia. En una primera lectura, se nota la contundencia de las imágenes inmersas en una atmósfera preñada de soledad que aviva la sensibilidad del espectador, desafiando las distracciones que trae consigo el ruido y la parafernalia, agentes entumecedores de los sentidos con los cuales nos arropa la ciudad escindida. Por supuesto, a la manera del sudario, cobertor del cuerpo y el alma molidos en el calvario cotidiano. No es gratuita la vinculación de la propuesta plástica con la obra narrativa y fotográfica de Juan Rulfo: Comala y la Valencia del Rey se hermanan en la desgracia, albergar fantasmagorías que ratifican una impía soledad. La ilusión y la esperanza que rediman a ambas se van trizando impunemente, la depreciación va más allá del devenir histórico, apunta a la depauperación y a la muerte: “dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras”. La focalización y el encuadre de la ciudad descansan en el desarraigo y el desamparo de sus habitantes, fueren provocados por ensoñaciones piadosas y arrogantes enmarcadas en la tan mentada Valencianidad, o por la apatía citadina quebrantadas todas las posibilidades de redención individual y colectiva. Orlando nos lo ratifica en el texto del catálogo: “Su novela Pedro Páramo ha sido la metáfora inspiradora de una imagen de la noche, el vacío, el olvido y cierta voz de una ciudad que, aún en la mengua, mantiene la dignidad de lo posible. Una Valencia poblada de terrible soledad que amenaza a quienes se niegan a partir”. La visión de la ciudad difiere radicalmente del reporterismo gráfico de tintes amarillistas, así como también de las medias verdades del discurso fotográfico oficial que publica almibarados álbumes de paradójico uso turístico. La validez y la fuerza de la propuesta más reciente de Baquero radica en la calidad de la puesta en escena: la iluminación expone los retazos de la urbe en medio de las tinieblas, destacando el colorido mustio y mate de su estado de desolación y precariedad. Prevalecen los ocres y los verdes que se regodean en el enmohecimiento del paisaje cuasi desnudo de figuras humanas. Las tomas a ras de piso son equivalentes a las cenitales: calles y cielos embargados por la postración, la apatía y el oprobioso hálito de su atmósfera húmeda y calurosa. Los habitantes somos devorados por la ciudad en un montaje de imágenes que nos sugiere al Buñuel de El Fantasma de la Libertad, el excremento se expone en público –sin apelar a ninguna pose escatológica- y nos alimentamos en la privacidad que no es más que la más áspera de las soledades. Entonces, la referencia a Rulfo implica sed poética y seriedad indagatoria, por lo que no decae – afortunadamente - en la desencaminada manía de sostener la fragilidad de una obra en el discurso autorizado.
El Eco de las Sombras de Orlando Baquero nos pareciera la manifestación de una visión tenebrosa de la ciudad habida durante una sesión de opio, aplastado el cuerpo en el diván vigilado por un chino o por un psicoanalista, qué más da. La calidad hiperrealista y expresionista del conjunto -no se nos aparta de la mente el clima y la textura de El Gabinete del Doctor Caligari de R. Wiene- constituye un punto de inflexión notable en el trabajo artístico de Orlando, lo cual nos hace augurar futuras obras que persistan en la línea de indagación y recreación del ámbito urbano.
Valencia de San Desiderio, 27 de julio de 2006.
Premio Nacional del Libro 2006, capítulo centro occidental, a la mejor página web (otorgado por el CENAL)
Valencia, es donde he nacido y se pierde, en tus palabras no hay mejor forma de describirlo, y ahora por una mala planificación vial, no hay forma alguna de circular por la ciudad a ninguna hora salvo las horas ya entradas de la noche. ¡Y aun no han tumbado el elevado del viñedo que sera la catástrofe vial!
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