Se acurruca la perra mientras la mujer duerme. El hombre descansa en las dispersiones de su cautividad. El calor es oprobioso, le sienta bien a su sensación de inutilidad, abulia y miedo. Maniático, se había propuesto inicialmente repasar las líneas andadas; sólo que al rato comprobó lo infructuoso del afán. Ante las escuálidas páginas de su diario, en medio de una crisis de compulsión alcohólica, el carrete de la máquina Olympia se hallaba atascado al ritmo de la indecisión y el nerviosismo. Se levantó para servirse un café bien tinto y amargo. Encendió un cigarrillo que compartió con la bebida, recorriendo el estudio entre idas y vueltas. Su frustración se acentuó al recordar la destrucción de algunas viejas páginas del diario por parte de la absorbente mujer: la amputación del pasado implicaba la castración de sí mismo. Aplastada la colilla que fragmentaba el humus nicotínico del cenicero y fundido su cuerpo en la silla, sacudió el trasero del pesado artefacto sin que el carrete se deslizara de ninguna forma. De inmediato concibió un plan: se dirigiría al estacionamiento, empujaría su carro sigilosamente una cuadra más adelante, y emprendería la fuga hacia un destino incierto pero en libertad. A la manera de las road movies norteamericanas.
Sin embargo, sintió impávido los golpes digitales y secos sobre las viejas teclas: La figura femenina ha tenido en mi vida un cariz particular. Su protagonismo tiende sin duda a la represión, a la reprimenda, al moldeado si se quiere arbitrario. En muchos de los casos, consolida su imposición a través de una prepotente y absoluta postura de tipo ético. Por supuesto, la constante se traduce en la manipulación de las ideas y los sentimientos del otro. Imposibilidad de obtener la cera que nos ensordezca respecto a los alaridos de la sirena, por lo que el viaje se interrumpe y pospone una vez más. Empero, las ventajas consisten en el hecho de su dedicación laboriosa a las cosas terrenas: como decía Reinaldo, amerita una nevera, una cocina y una lavadora. No subyace en estas líneas la misoginia. Reconocimiento por partida doble: su utilidad fundamentada en mi comodidad por vía de la cesión de terreno.
Desconsolándose en el hecho de que las llaves del carro no aparecían por ningún lado, el grumo de alquitrán asoma por la nariz, la hiel de los eructos en oposición a los ronquidos y susurros de la mujer que se retuerce, la perra que se rasca.
Valencia, 6 de enero de 2003.
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