EL MALESTAR DE MI ESCUELA
José Carlos De Nóbrega
“Pastiche Criollo a la manera de Ambrose Bierce”, dedicado a todos mis alumnos.
Mi liceo se encuentra ubicado en una barriada del sur de Valencia de San Desiderio, a la buena de Dios y el Diablo, olvidada por los gobernantes de medio pelo y los burócratas indolentes de siempre. Pareciera más bien una ficción funcional y educativa propia de la acumulación histórica del desvarío y el despropósito de la nación. Si bien la letra y el espíritu de la Ley (CRBV, LOE y LOPNNA) pretenden colocar a la muchachada como centro de atención (programas de inclusión mediante), la mezquina y bancaria práctica de la pedagogía les excluye con desprecio e impunidad. Se ha constituido una sociedad de cómplices –a contracorriente de maestros como Simón Rodríguez y Prieto Figueroa- que se solaza con horarios a la carta y sesiones de clase a media gallina, pues priva un espíritu opuesto a la bella Colmena comunitaria: Pasean rencores, frustraciones y complejos que convierten el aula en una sala de torturas anclada en la más vil rutina. A estos autómatas pequeñoburgueses les aterra codearse con su prójimo adolescente de a pie, vallenato y reggaetón, pues la Universidad Autónoma –a la cual se le quemaron los fusibles- les incrustó en la cabeza vacía y el mísero corazón la discriminación clasista e incluso racista. Se hacen llamar “colectivo”, cuando sólo cada quien acredita y tributa a su insulso ego, eso sí, en una comparsa macabra que se encamina día a día al desbarrancadero. La alienación de educadores, educandos y funcionarios vacía de significado vivo cualquier auditoría académica y administrativa, o –peor aún- la tan ansiada y necesaria contraloría social.
Está en el “Diccionario del Diablo” el significado de la palabra “Educación, s. Lo que revela al sabio y esconde al necio su falta de comprensión”. Mi escuela es una familia disfuncional que se encuentra estancada en una disputa absurda e incomprensible por el Poder: Un sector accidental de colegas ha acorralado a la directiva sin argumentación política (maquiavélica o no) ni pedagógica que nos explique este desmadre. ¿Se trata de dar un golpe de estado o de proveerse de tontos útiles proclives a un clima bochinchero? Unos y otros se extravían y aturden en la gritería histérica de insultos mutuos. Bien lo diagnostica Carlos Fuentes en un asombroso libro de cuentos del 2006: “Yo vengo de una familia en la que cada miembro dañaba de algún modo a los demás. Luego, arrepentidos, cada uno se dañaba a sí mismo”. En esta operación de división organizacional sin cociente, sólo tenemos el resto o residuo: los docentes, los alumnos y los representantes preocupados naufragan en una marea artificial y envilecedora. Se nos parece a la película “Ensayo de Orquesta” (1978) de Federico Fellini: Los experimentos de cogobierno comunal o gestión tecnocrática mal asimilados, nos conducen a la figura autoritaria del director musical, académico, administrativo o político so pena que el edificio nos caiga encima.
No hay interés pedagógico ni afectivo por la calidad educativa, pues se trata de la instrucción mediocre de los extraños y no de la formación integral de los hijos propios. La anomalía no puede achacarse al despropósito del cínico –pues el cinismo implica un ejercicio de alta y perversa inteligencia-, sino a la estrechez de corazón y a la falta de talento común en el docente bancario retratado magistralmente por Paulo Freire: “El educador se enfrenta a los educandos como su antinomia necesaria. Reconoce la razón de su existencia en la absolutización de la ignorancia de estos últimos”. De aquí se reproduce con creces la esclavitud asalariada que va del uno al otro, por supuesto, enclavada en la negación del diálogo educativo como acto de liberación.
Es notoria una paráfrasis bíblica de la Parábola de los Tres Talentos (Mateo 25:14-30): El maestro malvado y negligente no multiplica el talento, por el contrario, lo esconde en la tierra para esterilizarlo sin piedad. Ni una suspensión abrupta de las clases ni sus causas escandalosas lo conmueven un ápice, pues ahogado en la arrogancia se queja de que le “hicieron perder el viaje” o, ¡maldición!, no le permitieron encabalgar el horario. O cuando ante las protestas tímidas de las madres del barrio nuestro de cada bicentenario, alega que también tiene “otra vida privada” de la cual ocuparse en el horario laboral [síntoma notorio del ser escindido y alienado que asoma una cara dura]. Hay otros casos más patéticos, los que transmiten conocimientos insípidos como si vendieran helados baratos de colores y sabores artificiales en la calurosa tarde. Del torrente magisterial desparramado en la patria, reflejo del sindicalismo espurio de tirios y troyanos, preferimos no llover sobre mojado.
Sin embargo, el pardaje libertario abunda en sus amorosas íes latinas, maestras voluntariosas y comprometidas; en la picaresca revoltosa de la muchachada despierta y emprendedora; en los piqueteros y trabajadores dignificados en la auténtica lectura que concilia lo político y lo estético, lo culto y lo popular; y, mejor aún, en los colectivos transformados en los héroes de nuevo cuño que persisten en la unión por la liberación y se oponen al poder vertical que divide para reinar. Esperanza que se edifica en el ejercicio libre de la palabra y la ciudadanía que hace trizas la retórica hueca de las ideologías, opresoras en su esencia dañina. Reivindicamos entonces la prudencia de la razón y el optimismo de la voluntad creadora, tal como nos lo plantea Gramsci.
Premio Nacional del Libro 2006, capítulo centro occidental, a la mejor página web (otorgado por el CENAL)
Tuesday, March 31, 2015
APOLOGÍA A UNA JAURÍA JUBILOSA. José Carlos De Nóbrega
APOLOGÍA A UNA JAURÍA JUBILOSA
José Carlos De Nóbrega
He aquí una compilación festiva, crítica y dialógica sobre nuestra poesía más reciente. Efectivamente, las memorias de este “1er. Coloquio sobre Poesía Venezolana Contemporánea. Poesía y poéticas de autores nacidos a partir de 1970” [2014], editadas por la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello, si bien no niegan el auténtico espíritu inquisitivo de la Academia, propenden a una conversación placentera y atenta sobre la obra de nuestros poetas más jóvenes. El lector se sentirá al punto contento y reivindicado, no sólo por el abordaje diverso y dinámico del trabajo poético de Caneo Arguinzones (1987-2014), Luis Enrique Belmonte (1971), Paola Sabogal (1981), Kattia Piñango (1975), Joel Rojas Carrillo (1973), Freddy Ñáñez (1976), Luis Ernesto Gómez (1977), Julio César Borromé (1972), Ximena Benítez (1974) y José Javier Sánchez (1970), además del Catálogo de poetas chavistas bajo la curaduría políticamente incorrecta de Diego Sequera; sino también por el concierto ensayístico plural e intergeneracional que trae consigo e implica sus virtudes ajenas a las fútiles pretensiones de voces autorizadas: el discurso crítico es igualmente diverso, como corresponde a una muestra contingente y lúdica del ensayo actual en Venezuela. En este caso, tenemos las aproximaciones de Mariajosé Escobar, María Fernanda Toro, Diego Sequera, Marco Aurelio Rodríguez, José Javier Sánchez, William Torrealba, Isaías Cañizález Ángel, Nelson Guzmán, José Carlos De Nóbrega, Luis Ernesto Gómez y Jesús Ernesto Parra. Esta docena de textos críticos comprenden la reseña académica y ensayística, el ensayo libre, el prólogo e incluso la presentación vivaz y respetuosa de libros. Se trata de celebrar la obra de los poetas más jóvenes del país, sin las ataduras artificiales a las etiquetas academicistas, ideológicas, mercantiles, afectivas o repulsivas que perviertan la consideración auténtica de nuestra literatura. Como lo hemos conversado en otras circunstancias, la mirada crítica no puede fracasar en el mezquino compartimiento estanco del directorio telefónico o electrónico de complicidades inconfesables; por el contrario, ha de confrontarse dialécticamente con el hecho de que la literatura venezolana, en el contexto continental y universal, deviene a la par y a contracorriente de nuestro accidentado proceso histórico, dando saltos frenéticos y asimétricos que es necesario puntualizar.
A tal respecto, la Casa Bello constituye un ámbito propicio para tan trascendental y urgente empresa. Esta colección que comenta con solidaridad, audacia y rigor a la nueva poesía venezolana, se suma y glosa a conjuntos antológicos que la compendian tales como Amanecieron de Bala. Panorama actual de la joven poesía venezolana (2007, Fundación Editorial el perro y la rana) y el número 153 de la revista Poesía (Enero-Junio de 2011, Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo), no obstante las coincidencias y las diferencias atinentes al inventario mismo y a la metodología que apareja cada compilación. Destacamos que nuestra casa latinoamericana apuesta con denuedo y vitalidad por un espíritu comunitario, libertario y participativo. Acompañamos al poeta William Osuna en la distribución intelectual, orgánica y lírica de la Casa que fundó Andrés Bello, pues Vivir en comuna es tener memoria histórica compartida desde la integración de la cultura. Las labores del poeta, el gramático y el filólogo se encuentran reñidas con una patología parapolicial y punitiva que esteriliza la lengua. Supone la superación revolucionaria de la fragmentación malsana y burguesa del conocimiento científico, humanístico y artístico, en oposición a un proceso de globalización insincero que transgrede lo universal. La vinculación de lo culto y lo popular es un síntoma inevitable de este obstinado vicio de decir, valga la cita a Belmonte, que padecemos y disfrutamos con sumo apetito. Por ejemplo, la revista digital La Comuna de Bello no discierne, ni solapa, mucho menos invisibiliza la oralidad rural y urbana que se incrusta en el discurso lírico de nuestras grandes voces: desde Ramón Palomares hasta los poetas contemporáneos brasileños como Drummond de Andrade y Manuel Bandeira. Asimismo, lo verificamos en la organización, realización y puesta en escena de nuestro Festival Mundial de Poesía. Sólo se configura la unicidad de la Colmena en la salvaje multiplicidad del enjambre.
Afortunadamente, con la venia de Dios y el Diablo, los poemas y los comentarios se cuecen y respiran en un suculento sancocho o cruzao propiciatorio que dignifica la lengua y la escritura de los venezolanos y los latinoamericanos por igual. Desde la irreverencia estética y política de Diego Sequera; encaminando al arrebatado lector en la ciudad por obra y gracia de la prosa rumbera y callejera de José Javier Sánchez; hasta la precisión crítica y la transparencia expresiva de María Fernanda Toro que, sumadas a los aportes personales de Isaías Cañizález Ángel y Daniel Molina, configuran una curiosa y enriquecedora conversación que nos acerca a Luis Enrique Belmonte. ¿Qué decir del diálogo apolíneo y dionisíaco que sostienen Nelson Guzmán y Freddy Ñáñez, dos de nuestros creadores más apreciados y comprometidos, más allá de los equívocos ideológicos y estéticos? Les encomendamos también solazarse en la danza transgenérica, deliciosamente objetual y asombrosa que Luis Ernesto Gómez realiza a plenitud con el muy tocable corpus poético de Ximena Benítez.
Finalmente, Susan Sontag nos convoca a apostar por una “erótica del arte”, ésta es la vindicación de la crítica libre que concilia lo culto y lo popular sin ataduras profesorales ni ideológicas. ¡Abajo el bienestar pequeñoburgués que desencamina la vida de los hombres!
José Carlos De Nóbrega
He aquí una compilación festiva, crítica y dialógica sobre nuestra poesía más reciente. Efectivamente, las memorias de este “1er. Coloquio sobre Poesía Venezolana Contemporánea. Poesía y poéticas de autores nacidos a partir de 1970” [2014], editadas por la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello, si bien no niegan el auténtico espíritu inquisitivo de la Academia, propenden a una conversación placentera y atenta sobre la obra de nuestros poetas más jóvenes. El lector se sentirá al punto contento y reivindicado, no sólo por el abordaje diverso y dinámico del trabajo poético de Caneo Arguinzones (1987-2014), Luis Enrique Belmonte (1971), Paola Sabogal (1981), Kattia Piñango (1975), Joel Rojas Carrillo (1973), Freddy Ñáñez (1976), Luis Ernesto Gómez (1977), Julio César Borromé (1972), Ximena Benítez (1974) y José Javier Sánchez (1970), además del Catálogo de poetas chavistas bajo la curaduría políticamente incorrecta de Diego Sequera; sino también por el concierto ensayístico plural e intergeneracional que trae consigo e implica sus virtudes ajenas a las fútiles pretensiones de voces autorizadas: el discurso crítico es igualmente diverso, como corresponde a una muestra contingente y lúdica del ensayo actual en Venezuela. En este caso, tenemos las aproximaciones de Mariajosé Escobar, María Fernanda Toro, Diego Sequera, Marco Aurelio Rodríguez, José Javier Sánchez, William Torrealba, Isaías Cañizález Ángel, Nelson Guzmán, José Carlos De Nóbrega, Luis Ernesto Gómez y Jesús Ernesto Parra. Esta docena de textos críticos comprenden la reseña académica y ensayística, el ensayo libre, el prólogo e incluso la presentación vivaz y respetuosa de libros. Se trata de celebrar la obra de los poetas más jóvenes del país, sin las ataduras artificiales a las etiquetas academicistas, ideológicas, mercantiles, afectivas o repulsivas que perviertan la consideración auténtica de nuestra literatura. Como lo hemos conversado en otras circunstancias, la mirada crítica no puede fracasar en el mezquino compartimiento estanco del directorio telefónico o electrónico de complicidades inconfesables; por el contrario, ha de confrontarse dialécticamente con el hecho de que la literatura venezolana, en el contexto continental y universal, deviene a la par y a contracorriente de nuestro accidentado proceso histórico, dando saltos frenéticos y asimétricos que es necesario puntualizar.
A tal respecto, la Casa Bello constituye un ámbito propicio para tan trascendental y urgente empresa. Esta colección que comenta con solidaridad, audacia y rigor a la nueva poesía venezolana, se suma y glosa a conjuntos antológicos que la compendian tales como Amanecieron de Bala. Panorama actual de la joven poesía venezolana (2007, Fundación Editorial el perro y la rana) y el número 153 de la revista Poesía (Enero-Junio de 2011, Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo), no obstante las coincidencias y las diferencias atinentes al inventario mismo y a la metodología que apareja cada compilación. Destacamos que nuestra casa latinoamericana apuesta con denuedo y vitalidad por un espíritu comunitario, libertario y participativo. Acompañamos al poeta William Osuna en la distribución intelectual, orgánica y lírica de la Casa que fundó Andrés Bello, pues Vivir en comuna es tener memoria histórica compartida desde la integración de la cultura. Las labores del poeta, el gramático y el filólogo se encuentran reñidas con una patología parapolicial y punitiva que esteriliza la lengua. Supone la superación revolucionaria de la fragmentación malsana y burguesa del conocimiento científico, humanístico y artístico, en oposición a un proceso de globalización insincero que transgrede lo universal. La vinculación de lo culto y lo popular es un síntoma inevitable de este obstinado vicio de decir, valga la cita a Belmonte, que padecemos y disfrutamos con sumo apetito. Por ejemplo, la revista digital La Comuna de Bello no discierne, ni solapa, mucho menos invisibiliza la oralidad rural y urbana que se incrusta en el discurso lírico de nuestras grandes voces: desde Ramón Palomares hasta los poetas contemporáneos brasileños como Drummond de Andrade y Manuel Bandeira. Asimismo, lo verificamos en la organización, realización y puesta en escena de nuestro Festival Mundial de Poesía. Sólo se configura la unicidad de la Colmena en la salvaje multiplicidad del enjambre.
Afortunadamente, con la venia de Dios y el Diablo, los poemas y los comentarios se cuecen y respiran en un suculento sancocho o cruzao propiciatorio que dignifica la lengua y la escritura de los venezolanos y los latinoamericanos por igual. Desde la irreverencia estética y política de Diego Sequera; encaminando al arrebatado lector en la ciudad por obra y gracia de la prosa rumbera y callejera de José Javier Sánchez; hasta la precisión crítica y la transparencia expresiva de María Fernanda Toro que, sumadas a los aportes personales de Isaías Cañizález Ángel y Daniel Molina, configuran una curiosa y enriquecedora conversación que nos acerca a Luis Enrique Belmonte. ¿Qué decir del diálogo apolíneo y dionisíaco que sostienen Nelson Guzmán y Freddy Ñáñez, dos de nuestros creadores más apreciados y comprometidos, más allá de los equívocos ideológicos y estéticos? Les encomendamos también solazarse en la danza transgenérica, deliciosamente objetual y asombrosa que Luis Ernesto Gómez realiza a plenitud con el muy tocable corpus poético de Ximena Benítez.
Finalmente, Susan Sontag nos convoca a apostar por una “erótica del arte”, ésta es la vindicación de la crítica libre que concilia lo culto y lo popular sin ataduras profesorales ni ideológicas. ¡Abajo el bienestar pequeñoburgués que desencamina la vida de los hombres!
LAS CELESTIALES: UN ESTIMADO LIBRO CINCUENTENARIO. José Carlos De Nóbrega
LAS CELESTIALES: UN ESTIMADO LIBRO CINCUENTENARIO
José Carlos De Nóbrega
"El padre parecía una capitular de oro; yo, junto a él, una insignificante minúscula impresa en tinta roja". José Rubén Romero: La Vida inútil de Pito Pérez.
La agudeza literaria de Miguel Otero Silva se exhibe sin freno en dos de sus obras más disímiles entre sí: Tenemos la incendiaria parodia del discurso católico que es “Las Celestiales”, con sus Santos asaeteados por la picante lengua popular, y la aproximación poética a la figura de Jesucristo vertida en el texto novelístico de “La piedra que era Cristo” (no podemos olvidar el impactante monólogo de la cabeza cortada de Juan el Bautista que escarnece la banalidad impía del rey Herodes). Ambos textos no sólo refieren el espíritu rojo y ateo de su autor (rebatido hoy por el insulso desencanto burgués de su hijo, Miguel Henrique, pésimo editor y peor editorialista del diario El Nacional), sino el apetito descarado del escritor por desmontar los discursos autorizados que sustentan el Poder vertical, mezquino y usurero que tritura sin clemencia a las mayorías. La literatura acomete la labor profética de promover e instaurar a como dé lugar la justicia social. Ya lo manifiesta ese vagabundo y borracho de Pito Pérez: “¡Pobre de los pobres! Yo les aconsejo que respeten siempre la ley, y que la cumplan, pero que se orinen en sus representantes”. Por supuesto, la ley hecha carne en la lucha revolucionaria de a de veras, no la propuesta por los grandes laboratorios de la propaganda periodística, historiográfica e ideológica que pretenden pervertirla y envilecerla.
El discurso diabólico, como ocurre con el habla salvaje y primaria de los niños y los locos, es un recurso insoslayable para atacar y poner en evidencia la fragilidad y la corrupción de un orden de cosas bizarro que ha invadido a los templos y las academias: La política de ultratumba, con sus cielos de algodón y sus infiernos carbonizados –no entendemos aún por qué la burocracia eclesiástica nos quita la sala de espera que es el purgatorio-, engorda las finanzas vaticanas y protestantes, amén de proveer de carne fresca a curas y obispos pedófilos; nuestras universidades autónomas, experimentales y privadas coinciden en la tercerización laboral de docentes y empleados y la cosificación del conocimiento a expensas de los intereses de grupos de poder. La Iglesia está penetrada por la politiquería más árida, en tanto que las academias son el detritus de organizaciones religiosas que hacen acólitos con su verborrea terrorista y macabra. Es justa y necesaria la lucidez satánica para ir a contracorriente del imperio de la lasitud vital.
Este gran rosario inverso titulado “Las Celestiales”, integrado por 25 coplas picantísimas y prevaricadoras, tuvo dos ediciones: la primera de 1965, firmada con el pseudónimo doble de Iñaki de Errandonea (alias Miguel Otero Silva), Sacerdote Jesuita, como compilador y comentarista, además de Fray Joseba Escucarreta (alias Pedro León Zapata), S.J., en tanto ilustrador que caricaturiza a santos y mártires. Fue una bomba que estalló simultáneamente en la meritita cara de la histérica feligresía y en las barbas remojadas de la anquilosada jerarquía católica. Valga la desaprobación del Cardenal José Humberto Quintero: No está de sobra advertir que ese libro, en el que a drede se ataca a la Religión y a las buenas costumbres y se hace mofa de los santos, se halla por ello mismo comprendido en la publicación del canon 1.399 del Código de Derecho Canónico. La segunda edición data de 1974, Ediciones de José Agustín Catalá, la cual agrega un prefacio de Miguel Otero Silva en carne y hueso que simula una apología exquisita de tan vituperado texto diabólico. Las Celestiales constituye un ejercicio transgenérico a la par de referentes notables como Borges, Bioy Casares e incluso Héctor Murena: La copla, destacada en negritas y caracteres gigantes, se fusiona con la prosa dialógica que se regodea en la impostura, el humor negro y una apasionada óptica crítica de la Historia de la Iglesia Católica. El Papado es la alcabala religiosa que tan sólo merece un jalón de papada aparejado con la carcajada del vulgo: “Al Papa Ruperto Doce / ni lo menciona la Historia, / porque se cagó una noche / en la Silla Gestatoria”. En este fetiche, nada que ver con la estupenda silla de Van Gogh, queda al descubierto el trasero y los testículos del Papa electo, pues el colegio cardenalicio debe templar las dos bolitas para evitar que otra Juana la Papisa escarnezca tan sagrada institución machista. Fetichismo y escatología van de la mano en lo que toca a la crítica del catolicismo, a los fines de configurar un intervalo estético y apóstata que nos retrotrae a Rabelais, el Decamerón de Boccaccio y Pasolini, el Nazarín de Galdós y Buñuel, el Satiricón de Petronio y Fellini e incluso el crucifijo inverso del cura Carlos Borges que lame y eyacula el voluptuoso cuerpo femenino. Qué decir de los prejuicios y mitos urbanos que aún despierta la orden jesuítica, suponemos entonces una dulce venganza de parte de ambos coautores: “Hiciste lo que quisiste, / San Ignacio de Loyola, / pero quisiste ser Papa / y te pisaste una bola”.
A la espera de una pía, edificante y sensata actitud del Episcopado venezolano que le permita reencontrar al país, les invitamos a releer este libro extraordinario y cincuentenario. Sólo Dios y el Diablo nos complacen en la compulsión por la vida.
José Carlos De Nóbrega
"El padre parecía una capitular de oro; yo, junto a él, una insignificante minúscula impresa en tinta roja". José Rubén Romero: La Vida inútil de Pito Pérez.
La agudeza literaria de Miguel Otero Silva se exhibe sin freno en dos de sus obras más disímiles entre sí: Tenemos la incendiaria parodia del discurso católico que es “Las Celestiales”, con sus Santos asaeteados por la picante lengua popular, y la aproximación poética a la figura de Jesucristo vertida en el texto novelístico de “La piedra que era Cristo” (no podemos olvidar el impactante monólogo de la cabeza cortada de Juan el Bautista que escarnece la banalidad impía del rey Herodes). Ambos textos no sólo refieren el espíritu rojo y ateo de su autor (rebatido hoy por el insulso desencanto burgués de su hijo, Miguel Henrique, pésimo editor y peor editorialista del diario El Nacional), sino el apetito descarado del escritor por desmontar los discursos autorizados que sustentan el Poder vertical, mezquino y usurero que tritura sin clemencia a las mayorías. La literatura acomete la labor profética de promover e instaurar a como dé lugar la justicia social. Ya lo manifiesta ese vagabundo y borracho de Pito Pérez: “¡Pobre de los pobres! Yo les aconsejo que respeten siempre la ley, y que la cumplan, pero que se orinen en sus representantes”. Por supuesto, la ley hecha carne en la lucha revolucionaria de a de veras, no la propuesta por los grandes laboratorios de la propaganda periodística, historiográfica e ideológica que pretenden pervertirla y envilecerla.
El discurso diabólico, como ocurre con el habla salvaje y primaria de los niños y los locos, es un recurso insoslayable para atacar y poner en evidencia la fragilidad y la corrupción de un orden de cosas bizarro que ha invadido a los templos y las academias: La política de ultratumba, con sus cielos de algodón y sus infiernos carbonizados –no entendemos aún por qué la burocracia eclesiástica nos quita la sala de espera que es el purgatorio-, engorda las finanzas vaticanas y protestantes, amén de proveer de carne fresca a curas y obispos pedófilos; nuestras universidades autónomas, experimentales y privadas coinciden en la tercerización laboral de docentes y empleados y la cosificación del conocimiento a expensas de los intereses de grupos de poder. La Iglesia está penetrada por la politiquería más árida, en tanto que las academias son el detritus de organizaciones religiosas que hacen acólitos con su verborrea terrorista y macabra. Es justa y necesaria la lucidez satánica para ir a contracorriente del imperio de la lasitud vital.
Este gran rosario inverso titulado “Las Celestiales”, integrado por 25 coplas picantísimas y prevaricadoras, tuvo dos ediciones: la primera de 1965, firmada con el pseudónimo doble de Iñaki de Errandonea (alias Miguel Otero Silva), Sacerdote Jesuita, como compilador y comentarista, además de Fray Joseba Escucarreta (alias Pedro León Zapata), S.J., en tanto ilustrador que caricaturiza a santos y mártires. Fue una bomba que estalló simultáneamente en la meritita cara de la histérica feligresía y en las barbas remojadas de la anquilosada jerarquía católica. Valga la desaprobación del Cardenal José Humberto Quintero: No está de sobra advertir que ese libro, en el que a drede se ataca a la Religión y a las buenas costumbres y se hace mofa de los santos, se halla por ello mismo comprendido en la publicación del canon 1.399 del Código de Derecho Canónico. La segunda edición data de 1974, Ediciones de José Agustín Catalá, la cual agrega un prefacio de Miguel Otero Silva en carne y hueso que simula una apología exquisita de tan vituperado texto diabólico. Las Celestiales constituye un ejercicio transgenérico a la par de referentes notables como Borges, Bioy Casares e incluso Héctor Murena: La copla, destacada en negritas y caracteres gigantes, se fusiona con la prosa dialógica que se regodea en la impostura, el humor negro y una apasionada óptica crítica de la Historia de la Iglesia Católica. El Papado es la alcabala religiosa que tan sólo merece un jalón de papada aparejado con la carcajada del vulgo: “Al Papa Ruperto Doce / ni lo menciona la Historia, / porque se cagó una noche / en la Silla Gestatoria”. En este fetiche, nada que ver con la estupenda silla de Van Gogh, queda al descubierto el trasero y los testículos del Papa electo, pues el colegio cardenalicio debe templar las dos bolitas para evitar que otra Juana la Papisa escarnezca tan sagrada institución machista. Fetichismo y escatología van de la mano en lo que toca a la crítica del catolicismo, a los fines de configurar un intervalo estético y apóstata que nos retrotrae a Rabelais, el Decamerón de Boccaccio y Pasolini, el Nazarín de Galdós y Buñuel, el Satiricón de Petronio y Fellini e incluso el crucifijo inverso del cura Carlos Borges que lame y eyacula el voluptuoso cuerpo femenino. Qué decir de los prejuicios y mitos urbanos que aún despierta la orden jesuítica, suponemos entonces una dulce venganza de parte de ambos coautores: “Hiciste lo que quisiste, / San Ignacio de Loyola, / pero quisiste ser Papa / y te pisaste una bola”.
A la espera de una pía, edificante y sensata actitud del Episcopado venezolano que le permita reencontrar al país, les invitamos a releer este libro extraordinario y cincuentenario. Sólo Dios y el Diablo nos complacen en la compulsión por la vida.
HUGO CHÁVEZ: NI SUBESTIMACIÓN NI CULTO PERSONALISTA. José Carlos De Nóbrega
HUGO CHÁVEZ: NI SUBESTIMACIÓN NI CULTO PERSONALISTA
José Carlos De Nóbrega
La figura de Hugo Rafael Chávez Frías me confundió desde su primera insurgencia en la política venezolana de los noventa. A mis terrores antimilitaristas se sumó la respuesta amarillista e interesada de los medios de comunicación social nacionales e internacionales. La subestimación pequeñoburguesa llegó incluso a acusarlo de ser el autor intelectual de la Masacre de Cararabo con sus sangrientas “corbatas colombianas”. Ni me creí este crimen de laboratorio ni tampoco el magnicidio frustrado de Carlos Andrés Pérez, represor de primer orden durante la insurrección guerrillera de los sesenta y autoridad implacable respecto a los miles de muertos que escupió “El Caracazo” de 1989 (a tambor batiente y a metralla caliente).
A Hugo Chávez me lo topé en 1997 ó 1998 durante un acto de graduación en Valencia, la de Venezuela, correspondiente a una institución educativa de “reciclaje” –esto es el antiguo Parasistema- para la cual trabajaba. Se parecía en ese entonces más al “Tribilín” que ingresó años atrás en la Academia Militar, ataviado de liquiliqui verde oliva, que al robusto presidente de años después a la vera del calor popular y el desprecio enfermizo de la pequeña burguesía venezolana. No me molestó su carisma llanero que atravesó impune la Sala Turpial del Hotel Don Pelayo, sino la reacción afectada, snob y -si se quiere- babosa de ciertos profesores saltimbanquis que pujaban por sacarse una foto para embadurnarse de su fama mediática y no de su peculiar humanidad.
Sin embargo, la gula burguesa se asomó obscenamente el 11 y 12 de abril de 2002. Sobre el Puente Llaguno y la Avenida Baralt se desató el instrumental terrorista de la burguesía en toda su intensidad: LA MÁS CARA MASACRE, en voz de Juan Calzadilla, se enseñoreó sin distinción de los venezolanos de uno y otro partido que caían despedazados por las balas y la vil homilía mediática en un Holocausto tenebroso e inconcebible. Afortunadamente, el Golpe no duró más de cuarenta y ocho horas. Los victimarios fueron víctimas de sí mismos, del desconocimiento internacional y, mejor aún, de la participación activa de los ciudadanos anónimos que a pie pelado restituyeron el hilo constitucional. A finales de año, sin plena evaluación de su fracaso político, el eje sindicalero, politiquero, arzobispal y empresarial activó un Paro Cívico inconsulto e impío, al cual se sumaría la cúpula tecnocrática de PDVSA. No importaba quebrar fraudulentamente la economía venezolana, si se lograba recuperar el obsceno Festín de Baltazar que caracterizó ese contrato excluyente llamado Pacto de Punto Fijo. No me pareció entonces que la ciudadanía soportaba las colas para adquirir la gasolina, el gas doméstico y los productos de primera necesidad de modo estoico; por el contrario, se leía entre líneas una actitud de resistencia a los antiguos amos, eso sí, sin apelar a la violencia y la anarquía propias del resentimiento social. El gobierno fue acompañado nuevamente por la ennoblecida masa mestiza en la retoma de PDVSA y el control del país, mientras cierta clase media bailaba aeróbica y ridículamente en el este de Caracas.
Las victorias electorales de Hugo Chávez no sólo se justifican en una atinada y aguda percepción del momento político, amén de la instrumentación estratégica subsecuente, sino también en una particular visión histórica, la cual permitió la paulatina construcción de un Proyecto de País e incluso del Continente, con sus idas y vueltas, susceptible de involucrar a las mayorías en un recorrido autogestionario, soberano y emancipador. Si bien se coqueteó, en un inicio, con la fracasada Tercera Vía del laborista Tony Blair, el pensamiento latinoamericano –Bolívar, Rodríguez, Martí, Mariátegui y la Teología de la Liberación- constituyó las raíces de una propuesta que aún se encuentra en plena edificación: el Socialismo del Siglo XXI, el cual ha de exceder la banalización del discurso político, la confortabilidad simplista del slogan de ocasión y la estéril inmediatez mediática. Por ejemplo, de esa cosmovisión política, económica, social y cultural se desprenden las Misiones Sociales que no han de configurar un Estado paralelo, sino más bien la antítesis de nuestra hipertrofiada burocracia estatal, confinada a las miserias del funcionarismo denunciado por Gramsci. Evidentemente, erradicar la áspera burocracia de corazón burgués sigue siendo un objetivo del proceso bolivariano en el país; por lo que no podemos consentir su coexistencia así nomás con el empoderamiento del pueblo. Asimismo, la revolución educativa, cultural y comunal ha de apuntar a la superación material –no materialista-, política y espiritual de la población, pues de lo contrario las nuevas instituciones serían socavadas por los vicios del pasado. No se trata de iniciar una cacería de brujas con fines inconfesables, sino de desenmascarar y derrotar a la madeja burocrática, oportunista e infiel que aún está enquistada en la República.
Los sectores reaccionarios de Venezuela, en la precariedad y el envilecimiento de su espíritu, han subestimado a Hugo Chávez Frías de manera simplista y disociada. No sólo en el plano político, sino incluso en el mismísimo mundo íntimo. Las gríngolas que la mezquindad pequeñoburguesa se ha forjado, les impide ver, especialmente, la condición de vivo y atento lector que caracterizó a Chávez durante su breve e intenso periplo vital. Las intervenciones públicas del compañero y compadre Hugo Rafael jamás obviaron el mundo maravilloso de los libros. Observamos, en este interesantísimo caso, una concepción lúdica de la lectura y la cultura que apuesta por una Poética del Decir: Esto es la simbiosis esencial habida entre lo culto y lo popular, fenómeno amoroso del espíritu humano que está comprobado hasta la saciedad por la Historia de los hombres y sus ideas.
El odio, los prejuicios y la crítica traída por los cabellos, fallan en la demonización del Presidente Chávez por parte del aparato mediático nacional e internacional. Su habla directa, popular e irreverente no calza con un espíritu represivo y absolutista; sino más bien demarca un territorio propicio para la discusión, la autocrítica, el combate y la polémica sin cuartel. Manifiesta la indignación ante la injusticia y la solidaridad con los oprimidos. Una de sus más notables contribuciones políticas y discursivas, estribó en colocar en el hasta entonces raído tapete la incorporación de los excluidos e invisibles a la construcción de la patria, el continente y el mundo, esto es el forjamiento de su ciudadanía activa y en libertad. Por tal razón, reconvenimos también la adulación de corte mesiánico y utilitarista. Tampoco nos gusta la cultura necrofílica propia de fascistas y de podridos politiqueros llorones: Nos simpatiza el fervor y la franca y amorosa tristeza del pueblo que le acompañó al Cuartel de la Montaña, al igual que “en los entierros de mi pobre gente pobre”. Apostamos por una evaluación crítica y auténtica de Hugo Chávez en una biografía por venir.
José Carlos De Nóbrega
La figura de Hugo Rafael Chávez Frías me confundió desde su primera insurgencia en la política venezolana de los noventa. A mis terrores antimilitaristas se sumó la respuesta amarillista e interesada de los medios de comunicación social nacionales e internacionales. La subestimación pequeñoburguesa llegó incluso a acusarlo de ser el autor intelectual de la Masacre de Cararabo con sus sangrientas “corbatas colombianas”. Ni me creí este crimen de laboratorio ni tampoco el magnicidio frustrado de Carlos Andrés Pérez, represor de primer orden durante la insurrección guerrillera de los sesenta y autoridad implacable respecto a los miles de muertos que escupió “El Caracazo” de 1989 (a tambor batiente y a metralla caliente).
A Hugo Chávez me lo topé en 1997 ó 1998 durante un acto de graduación en Valencia, la de Venezuela, correspondiente a una institución educativa de “reciclaje” –esto es el antiguo Parasistema- para la cual trabajaba. Se parecía en ese entonces más al “Tribilín” que ingresó años atrás en la Academia Militar, ataviado de liquiliqui verde oliva, que al robusto presidente de años después a la vera del calor popular y el desprecio enfermizo de la pequeña burguesía venezolana. No me molestó su carisma llanero que atravesó impune la Sala Turpial del Hotel Don Pelayo, sino la reacción afectada, snob y -si se quiere- babosa de ciertos profesores saltimbanquis que pujaban por sacarse una foto para embadurnarse de su fama mediática y no de su peculiar humanidad.
Sin embargo, la gula burguesa se asomó obscenamente el 11 y 12 de abril de 2002. Sobre el Puente Llaguno y la Avenida Baralt se desató el instrumental terrorista de la burguesía en toda su intensidad: LA MÁS CARA MASACRE, en voz de Juan Calzadilla, se enseñoreó sin distinción de los venezolanos de uno y otro partido que caían despedazados por las balas y la vil homilía mediática en un Holocausto tenebroso e inconcebible. Afortunadamente, el Golpe no duró más de cuarenta y ocho horas. Los victimarios fueron víctimas de sí mismos, del desconocimiento internacional y, mejor aún, de la participación activa de los ciudadanos anónimos que a pie pelado restituyeron el hilo constitucional. A finales de año, sin plena evaluación de su fracaso político, el eje sindicalero, politiquero, arzobispal y empresarial activó un Paro Cívico inconsulto e impío, al cual se sumaría la cúpula tecnocrática de PDVSA. No importaba quebrar fraudulentamente la economía venezolana, si se lograba recuperar el obsceno Festín de Baltazar que caracterizó ese contrato excluyente llamado Pacto de Punto Fijo. No me pareció entonces que la ciudadanía soportaba las colas para adquirir la gasolina, el gas doméstico y los productos de primera necesidad de modo estoico; por el contrario, se leía entre líneas una actitud de resistencia a los antiguos amos, eso sí, sin apelar a la violencia y la anarquía propias del resentimiento social. El gobierno fue acompañado nuevamente por la ennoblecida masa mestiza en la retoma de PDVSA y el control del país, mientras cierta clase media bailaba aeróbica y ridículamente en el este de Caracas.
Las victorias electorales de Hugo Chávez no sólo se justifican en una atinada y aguda percepción del momento político, amén de la instrumentación estratégica subsecuente, sino también en una particular visión histórica, la cual permitió la paulatina construcción de un Proyecto de País e incluso del Continente, con sus idas y vueltas, susceptible de involucrar a las mayorías en un recorrido autogestionario, soberano y emancipador. Si bien se coqueteó, en un inicio, con la fracasada Tercera Vía del laborista Tony Blair, el pensamiento latinoamericano –Bolívar, Rodríguez, Martí, Mariátegui y la Teología de la Liberación- constituyó las raíces de una propuesta que aún se encuentra en plena edificación: el Socialismo del Siglo XXI, el cual ha de exceder la banalización del discurso político, la confortabilidad simplista del slogan de ocasión y la estéril inmediatez mediática. Por ejemplo, de esa cosmovisión política, económica, social y cultural se desprenden las Misiones Sociales que no han de configurar un Estado paralelo, sino más bien la antítesis de nuestra hipertrofiada burocracia estatal, confinada a las miserias del funcionarismo denunciado por Gramsci. Evidentemente, erradicar la áspera burocracia de corazón burgués sigue siendo un objetivo del proceso bolivariano en el país; por lo que no podemos consentir su coexistencia así nomás con el empoderamiento del pueblo. Asimismo, la revolución educativa, cultural y comunal ha de apuntar a la superación material –no materialista-, política y espiritual de la población, pues de lo contrario las nuevas instituciones serían socavadas por los vicios del pasado. No se trata de iniciar una cacería de brujas con fines inconfesables, sino de desenmascarar y derrotar a la madeja burocrática, oportunista e infiel que aún está enquistada en la República.
Los sectores reaccionarios de Venezuela, en la precariedad y el envilecimiento de su espíritu, han subestimado a Hugo Chávez Frías de manera simplista y disociada. No sólo en el plano político, sino incluso en el mismísimo mundo íntimo. Las gríngolas que la mezquindad pequeñoburguesa se ha forjado, les impide ver, especialmente, la condición de vivo y atento lector que caracterizó a Chávez durante su breve e intenso periplo vital. Las intervenciones públicas del compañero y compadre Hugo Rafael jamás obviaron el mundo maravilloso de los libros. Observamos, en este interesantísimo caso, una concepción lúdica de la lectura y la cultura que apuesta por una Poética del Decir: Esto es la simbiosis esencial habida entre lo culto y lo popular, fenómeno amoroso del espíritu humano que está comprobado hasta la saciedad por la Historia de los hombres y sus ideas.
El odio, los prejuicios y la crítica traída por los cabellos, fallan en la demonización del Presidente Chávez por parte del aparato mediático nacional e internacional. Su habla directa, popular e irreverente no calza con un espíritu represivo y absolutista; sino más bien demarca un territorio propicio para la discusión, la autocrítica, el combate y la polémica sin cuartel. Manifiesta la indignación ante la injusticia y la solidaridad con los oprimidos. Una de sus más notables contribuciones políticas y discursivas, estribó en colocar en el hasta entonces raído tapete la incorporación de los excluidos e invisibles a la construcción de la patria, el continente y el mundo, esto es el forjamiento de su ciudadanía activa y en libertad. Por tal razón, reconvenimos también la adulación de corte mesiánico y utilitarista. Tampoco nos gusta la cultura necrofílica propia de fascistas y de podridos politiqueros llorones: Nos simpatiza el fervor y la franca y amorosa tristeza del pueblo que le acompañó al Cuartel de la Montaña, al igual que “en los entierros de mi pobre gente pobre”. Apostamos por una evaluación crítica y auténtica de Hugo Chávez en una biografía por venir.
Friday, March 06, 2015
DIÁLOGO EN LA CASA DE LOS ACEITES (VASSA). José Carlos De Nóbrega
DIÁLOGO EN LA CASA DE LOS ACEITES (VASSA)
José Carlos De Nóbrega
E-mail: josecarlosdenobrega@gmail.com
El miércoles 11 de febrero de 2015, compartimos con los trabajadores de VASSA-Guacara (Aceites y Solventes Venezolanos S.A.) y los consejos comunales de la zona el Cine Foro “Machuca” (2014) de Andrés Wood: El Discurso y la Praxis del Fascismo en Venezuela y América Latina. El evento nos permitió una conversación libre y participativa sobre la coyuntura actual de nuestro país anclada en la Guerra Económica o Paro Empresarial de puertas abiertas, además del acoso mediático nacional e internacional en tanto instrumentos de desestabilización política auspiciados por el Departamento de Estado norteamericano. No es casual ni caprichosa la comparación con la situación acaecida en Chile que trajo consigo el derrocamiento de Salvador Allende en septiembre de 1973. Precisamente, la lectura crítica de la película chilena “Machuca” revela hoy la estrategia imperialista que pretende debilitar y corroer el proceso bolivariano de cambios políticos y sociales. Por supuesto, no obviamos el hecho que la apreciación cinematográfica, estética y político-histórica de este filme no nos puede dejar indiferentes como espectadores y ciudadanos latinoamericanos.
El vendaval reaccionario pinochetista que en Chile afectó a sus tres protagonistas, los niños Gonzalo Infante, Pedro Machuca y Silvana, nos demuestra que el fascismo no es una perversión ideológica del pasado, ni mucho menos una ficción conspirativa más, sino –peor aún- un discurso y una práctica reales que nos acechan hoy en Venezuela y América Latina. Si acompañamos esta película de ficción con el documental “La Batalla de Chile” (1975-1979) del también chileno Patricio Guzmán, comprenderemos que el fascismo constituye no sólo la vanguardia retrógrada del capitalismo, tal como nos lo advierte Luis Navarrete Orta, sino un estado mental perturbado que inyecta y alienta los odios de clase. La confrontación entre rojos y momios del Chile de ayer, salvando las distancias temporales y las peculiaridades históricas, nos remite a la “Conjura de las cachifas y cerrícolas” con que los medios de comunicación privados aterrorizan a las clases medias venezolanas de hoy. La ocupación militar del Colegio San Patricio en Santiago de Chile 1973, que significó el fin de la integración de las clases sociales en el ámbito educativo, se emparenta de manera macabra con el atentado terrorista que pretendió incendiar un preescolar en la Caracas del 2014 asediada por encapuchados psicóticos. El padre McEnroe se come física y simbólicamente todas las hostias del Santísimo Sacramento del Altar, denunciando los atropellos de militares degenerados, tal como lo hiciera tiempo después Monseñor Romero en El Salvador. No se trata pues de una traslación histórica simplista, sino del tratamiento crítico de la Escuela como aparato ideológico del Estado y Teatro de Operaciones político-social. Qué decir del desabastecimiento inducido en ambas circunstancias históricas por la lumpen-burguesía y un empresariado indolente, ello en tanto caldo de cultivo del golpe de estado de los milicos chilenos y de la salida propuesta por una clase política conservadora e irresponsable (López, Machado y Ledezma).
Asumir la militancia revolucionaria no implica la distracción del papel crítico y autocrítico de las comunidades, no en balde la urgencia del momento antes esbozada. Los movimientos obreros, estudiantiles y comunales tienen como imperativo reivindicar la contraloría social como categoría viva, autogestionaria y soberana, además de construir el conocimiento de manera colectiva y libertaria. Se trata pues de hacer trizas las estructuras que oprimen a las mayorías, eso sí, más allá de las habladurías y “puras invenciones / pa conversá!” de las que nos hablaba la poesía negra y mulata de Manuel Rodríguez Cárdenas. No podemos perder de vista los enemigos internos y externos del pueblo en la banalización del discurso político, mediático e incluso académico. Atacar la inseguridad, la inflación (propia del modelo rentista petrolero y la especulación capitalista), los equívocos ideológicos, la corrupción en todas sus formas, el despropósito político y la injerencia imperialista constituye la esencia programática de la campaña electoral parlamentaria que se nos viene encima. El principio de la Unidad revolucionaria en la Diversidad opondrá activamente un dique a un golpe parlamentario contra el presidente Nicolás Maduro. No es admisible reeditar lo ocurrido con Allende en 1973 y con el paraguayo Lugo años después.
Valga como colofón preocupado pero esperanzador un agradecimiento al equipo de VASSA-Guacara encabezado por Carlos Guédez, además del promotor cultural Alexis Bracho y nuestra entrañable amiga Sandra Lozano de la Escuela de Formación Política Ludovico Silva, por esta inigualable y dialógica experiencia comunitaria. Por supuesto, a contrapelo de la extinta VENOCO, enclave en el que Carmona y Pérez Recao fraguaron el golpe del año 2002 contra el Presidente Chávez.
José Carlos De Nóbrega
E-mail: josecarlosdenobrega@gmail.com
El miércoles 11 de febrero de 2015, compartimos con los trabajadores de VASSA-Guacara (Aceites y Solventes Venezolanos S.A.) y los consejos comunales de la zona el Cine Foro “Machuca” (2014) de Andrés Wood: El Discurso y la Praxis del Fascismo en Venezuela y América Latina. El evento nos permitió una conversación libre y participativa sobre la coyuntura actual de nuestro país anclada en la Guerra Económica o Paro Empresarial de puertas abiertas, además del acoso mediático nacional e internacional en tanto instrumentos de desestabilización política auspiciados por el Departamento de Estado norteamericano. No es casual ni caprichosa la comparación con la situación acaecida en Chile que trajo consigo el derrocamiento de Salvador Allende en septiembre de 1973. Precisamente, la lectura crítica de la película chilena “Machuca” revela hoy la estrategia imperialista que pretende debilitar y corroer el proceso bolivariano de cambios políticos y sociales. Por supuesto, no obviamos el hecho que la apreciación cinematográfica, estética y político-histórica de este filme no nos puede dejar indiferentes como espectadores y ciudadanos latinoamericanos.
El vendaval reaccionario pinochetista que en Chile afectó a sus tres protagonistas, los niños Gonzalo Infante, Pedro Machuca y Silvana, nos demuestra que el fascismo no es una perversión ideológica del pasado, ni mucho menos una ficción conspirativa más, sino –peor aún- un discurso y una práctica reales que nos acechan hoy en Venezuela y América Latina. Si acompañamos esta película de ficción con el documental “La Batalla de Chile” (1975-1979) del también chileno Patricio Guzmán, comprenderemos que el fascismo constituye no sólo la vanguardia retrógrada del capitalismo, tal como nos lo advierte Luis Navarrete Orta, sino un estado mental perturbado que inyecta y alienta los odios de clase. La confrontación entre rojos y momios del Chile de ayer, salvando las distancias temporales y las peculiaridades históricas, nos remite a la “Conjura de las cachifas y cerrícolas” con que los medios de comunicación privados aterrorizan a las clases medias venezolanas de hoy. La ocupación militar del Colegio San Patricio en Santiago de Chile 1973, que significó el fin de la integración de las clases sociales en el ámbito educativo, se emparenta de manera macabra con el atentado terrorista que pretendió incendiar un preescolar en la Caracas del 2014 asediada por encapuchados psicóticos. El padre McEnroe se come física y simbólicamente todas las hostias del Santísimo Sacramento del Altar, denunciando los atropellos de militares degenerados, tal como lo hiciera tiempo después Monseñor Romero en El Salvador. No se trata pues de una traslación histórica simplista, sino del tratamiento crítico de la Escuela como aparato ideológico del Estado y Teatro de Operaciones político-social. Qué decir del desabastecimiento inducido en ambas circunstancias históricas por la lumpen-burguesía y un empresariado indolente, ello en tanto caldo de cultivo del golpe de estado de los milicos chilenos y de la salida propuesta por una clase política conservadora e irresponsable (López, Machado y Ledezma).
Asumir la militancia revolucionaria no implica la distracción del papel crítico y autocrítico de las comunidades, no en balde la urgencia del momento antes esbozada. Los movimientos obreros, estudiantiles y comunales tienen como imperativo reivindicar la contraloría social como categoría viva, autogestionaria y soberana, además de construir el conocimiento de manera colectiva y libertaria. Se trata pues de hacer trizas las estructuras que oprimen a las mayorías, eso sí, más allá de las habladurías y “puras invenciones / pa conversá!” de las que nos hablaba la poesía negra y mulata de Manuel Rodríguez Cárdenas. No podemos perder de vista los enemigos internos y externos del pueblo en la banalización del discurso político, mediático e incluso académico. Atacar la inseguridad, la inflación (propia del modelo rentista petrolero y la especulación capitalista), los equívocos ideológicos, la corrupción en todas sus formas, el despropósito político y la injerencia imperialista constituye la esencia programática de la campaña electoral parlamentaria que se nos viene encima. El principio de la Unidad revolucionaria en la Diversidad opondrá activamente un dique a un golpe parlamentario contra el presidente Nicolás Maduro. No es admisible reeditar lo ocurrido con Allende en 1973 y con el paraguayo Lugo años después.
Valga como colofón preocupado pero esperanzador un agradecimiento al equipo de VASSA-Guacara encabezado por Carlos Guédez, además del promotor cultural Alexis Bracho y nuestra entrañable amiga Sandra Lozano de la Escuela de Formación Política Ludovico Silva, por esta inigualable y dialógica experiencia comunitaria. Por supuesto, a contrapelo de la extinta VENOCO, enclave en el que Carmona y Pérez Recao fraguaron el golpe del año 2002 contra el Presidente Chávez.