ELOGIO POR PARTIDA TRIPLE DESDE CASI MIS CINCUENTA AÑOS
José Carlos De Nóbrega
Este jueves santo de 2014, se despidieron tres amigos de mi adolescencia escurridiza que va y viene impunemente: Cheo Feliciano (1935), Gabriel García Márquez (1927) y Mayra Alejandra Rodríguez Lezama (1955). Tres muertes que comprendieron causas disímiles: el accidente de tránsito que incrustó al primero en un poste de concreto, la severa afección respiratoria del Gabo que lo despegó por fin del mal del sueño y el cáncer terminal que apagó el shock postraumático inducido vía T.V. a la desdichada y acartonada Leonela. Sin embargo, la nostalgia, además de la cruel y traviesa Providencia, los emparentan en ese concierto barroco y maravilloso –periferia escarnecida y prostituida por el Centro- que es la cultura popular y literaria de América Latina. La voz tierna y viril de Cheo, antípoda extraordinaria que aún agradece el melómano y el bailador, nos acompañó desde la devota sintonización de Radio Aeropuerto, enclave de la Salsa en la Venezuela de los setenta. Recordamos su estilo inigualable, gallardo y heredero de Tito Rodríguez, Joe Cuba y Eddie Palmieri tanto en la tesitura aterciopelada del bolero como en el tenor salvaje y montuno de la guaracha y el sonido boogaloo: “El Ratón”, “El Pito”, “Busca lo tuyo”, “Amada Mía” y “Delirio” (el último surco es una brillante versión de este clásico así como la de Ismael Quintana con Palmieri) así lo ratifican cada vez que la aguja o el láser lamen el acetato o el CD para complacer los oídos y el corazón. Si de yuntas se trata –evocamos a Ismael y Cortijo o a Colón y Blades-, es histórica la simbiosis perfecta de Feliciano y Catalino “Tite” Curet Alonso: “Anacaona”, “Naborí” y “Los Entierros de mi pobre gente pobre” son hitos indiscutibles del Repertorio Latinoamericano en virtud de su poesía sentida, conmovedora y solidaria con las causas contestatarias de nuestros pueblos. Desprovisto de los alardes mediáticos propios de lo políticamente correcto, Cheo Feliciano adversó la Guerra de Vietnam (llevado por los acordes de “Despedida” de Don Pedro Flores) y el aislamiento con el que aún pretenden los corsarios protestantes oprimir a Cuba por mampuesto (por supuesto, todavía les duele Playa Girón). Cheo fue desde siempre amigo de nuestro país, bien sea en compañía de Tito Rodríguez, La Fania All Stars o la Rondalla Venezolana. Su presentación en PDVSA La Estancia, a propósito del Festival de Boleros en 2012, nos reconcilió con sus mejores días, esta vez echando un pie con Coco, su mujer bien amada, sazonada la noche con los estupendos arreglos del profesor y tresista Luis García. //
Qué decir del Gabo, cuando aparentemente todo está dicho y llueve sobre mojado para bien o para mal: En la indecente apreciación de este narrador y ensayista compulsivo, constituye mi primera referencia literaria: Ambos estamos conscientes de que sólo servimos para escribir con la mollera, el corazón y las tripas. Si “La Hojarasca” me trajo visceralmente a Macondo con su tropical calor pegajoso, sus supersticiones y miedos veterotestamentarios, no en balde los catorce grados centígrados de la Caracas de entonces aparejados con los ardores púberes, “Cien Años de Soledad” supuso una revelación asombrosa, esto es la literatura como apertura y cierre de la Totalidad contingente y discontinua que nos abraza, bandada de múltiples voces entrecortadas que recoge y desparrama en la recreación del oprobioso mundo amado, los amores no correspondidos y las causas inauditas a defender que sólo delatan nuestra inconformidad y desadaptación. He de confesar que obtuve más plata escribiendo trabajos diferentes sobre ambas novelas para mis flojos condiscípulos, que la que me deparaban las dupletas hípicas con las que recorría La Pastora en Caracas o Tarapío y Caprenco en Valencia, la de San Simeón el estilita. Como pueden constatar, de ahí viene esta terca pasión por las palabras que tan sólo busca ensayar junto a ustedes una conversación sobre los autores que nos gratifican y honran en el juego bifronte del lenguaje. No nos caigamos a embustes: Soy un cronista mercenario de estos días sin dispensación, flaco de hambres y hambriento de amores como el protagonista de “Memorias de mis putas tristes”, indudablemente una de sus novelas más simpáticas y enternecedoras. ¿Cómo no reencontrarme con García Márquez en el realismo poético de “Apuntes y congojas de una decadencia novelada en tres muertes” de nuestra Doña Ana Enriqueta Terán, o las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia recreadas por Billo, o ese homenaje vitalísimo de Rubencho Blades y Seis del Solar que es “Agua de Luna”? Pese al terror compartido con Salvador Garmendia en cuanto a revisitar las páginas monstruosas de las grandes novelas que cautivan la memoria, me resta abrevar en el lamedero magnífico de “Cien Años de Soledad”, pues los condenados de la Tierra siempre forjan sus oportunidades de redención con maniático denuedo. //
Mi aversión por las teleculebras latinoamericanas a lo Delia Fiallo no me alejó de Mayra Alejandra, por el contrario, excitó mi febril sensibilidad e inclinación por las guarichas, hembraje avasallador a fuerza de nuestro proverbial mestizaje no mediatizado por la palurda miopía misógina de Osmel Sousa y sus viles cómplices mediáticos. Sabotear esperpentos dramáticos como “Leonela” fue un oportuno pretexto para importunar al matriarcado amantísimo de mi casa, zanjando brechas generacionales y eludiendo el rigor de la correa o la chancleta airada. Sin embargo, el morbo patente en el tratamiento cursi del tema de la violación y el increíble ascenso social del violador, le imprimió un toque extraño y paradójico a las húmedas ensoñaciones eróticas de entonces: chupar los grandes pezones de bondadosas papayas, perderse en esos ojos negrísimos de muchacha broncínea. Nos simpatizaba más, por supuesto, la Carmen fogosa que encarnó en la película de Chalbaud, o la impúdica Barbarita agarrada del brazo de Cabrujas e importunada por la muerte de un viejo actor que gustaba de “La Gaviota” de Chejov. //
Estimado trío que se asomó a mi pubertad: ¡Buen Viaje, Familia! Sus cenizas se sumergirán en las aguas cálidas de los ríos, el bramar de las cataratas y la saudade que trae consigo las lluvias de mayo.
En Valencia de San Desiderio, viernes santo, 18 de abril de 2014. Así sea.
Premio Nacional del Libro 2006, capítulo centro occidental, a la mejor página web (otorgado por el CENAL)
Friday, April 18, 2014
Wednesday, April 02, 2014
LAS 4 ESTACIONES: UNA TETRALOGÍA POÉTICA DE ANTONIO MIRANDA. José Carlos De Nóbrega
LAS 4 ESTACIONES: UNA TETRALOGÍA POÉTICA DE ANTONIO MIRANDA
José Carlos De Nóbrega
Deixa o teu corpo entender-se com outro corpo. Manuel Bandeira.
Antonio Miranda (1940) es otro gran amigo brasileño de Venezuela. Más que escritor y bibliotecólogo, se nos antoja un coreógrafo salvaje de la palabra. Rebeldía, resistencia, crónica impenitente y poesía se mixturan gozosas en su personalísimo discurso literario. El canto no sólo conmociona al sacudir entornos inhóspitos y esterilizantes, sino también conmueve a los desheredados de la tierra, los pasajeros del oprobioso transporte público y los hambrientos de justicia. Las salas de las bibliotecas, entonces, dejarán de ser sepulcros mohosos de libros y periódicos, para erigirse en instancias amorosas de la palabra viva que reivindican el Decir libertario de la Humanidad. Ya lo canta, acompañado por la música de Xulio Formoso, revirtiendo la soledad del acto escritural que gana al punto una vinculación solidaria con el mundo: “¿Cómo pensar en poesía en los días que vivimos? / Pasando hambre / ni la poesía sobre el hambre interesa. // Todos ¡Libertad!” La Poesía no constituirá un antifaz elegante que distraerá a las élites en las cabriolas de una almibarada danza rococó, mientras la peste asola a las mayorías. El baile se hará al desnudo, denunciando paraísos artificiales que se divorcian del Otro. Los versos que se musitan al oído de la mujer amada o arrullan a la crianza, así como los que se cantan en las calles, opondrán diques al despropósito político y la banalización de sus discursos propagandísticos.///
Celebramos en un espíritu comunitario la publicación de Las 4 estaciones de Antonio Miranda, bajo el sello amistoso de Fundarte: Esta tetralogía poética nos permitirá revisitar la musicalidad underground de “Tu país está feliz” (recordado montaje teatral del grupo Rajatabla en febrero de 1971); escuchar, con oídos atónitos, ese contundente y crítico narcocorrido en clave de samba que es “San Fernando Beira-Mar” (2006); leer con afinidad la reconstrucción poético-biográfica de Constantino Cavafis, 2007, en el asedio bárbaro; y auscultar estupefactos el fraseo fragmentario y experimental de “Creador de mí” (2011), apretada plaquette que se regodea en el caos o la intemperie interior a la luz de un enésimo juicio final. Es notable el cariz transgenérico del conjunto, eso sí, sin los remilgos ni las poses fútiles del académico que coloca la carreta antes que los caballos, tanteando inútilmente la indudable poesía del texto y de las cosas con palabras huecas y tibias. Parafraseando a Cabral de Melo Neto, la lucha con las palabras que enturbia la blancura de la página, implica dejar los efluvios corporales en la configuración de mundos nuevos y posibles, no en balde la finitud de la expresión escrita. El oficio literario, más allá de la literatura, asume denodadamente responsabilidad social, estética y vital: Muerto seguiré debiendo. Por supuesto, en la ausencia de los sistemas financieros chupasangres, la vocinglería cagatinta que pretende acompañar el primer café de la mañana y la disfuncionalidad de la familia pequeñoburguesa.///
“Tu país está feliz” es un libreto lírico de espíritu rebelde que no remeda la superficie contestaria al inicio de los años setenta: La disposición de las canciones y los poemas a dos columnas, entraña un ácido reproche inconformista que triza el Poder autoritario ejercido en el marco de la sociedad capitalista y el régimen democrático-liberal. No observaremos jóvenes corriendo desnudos y drogados en los jardines de una universidad norteamericana, despojados de una conciencia de clase precisa en el entendimiento y el corazón. Las punzadas críticas comprenden sorprendentes gradaciones anarquistas que transitan del trotskismo a un teísmo problematizador, lo cual incluye un guiño al anarquismo literario de Ambrose Bierce: “Reina la más completa calma en todo el país / Reina la más completa calma en todo / Reina la más completa calma / Reina la más completa / Reina!!”. O su acepción del demonio a la luz de una teología personal de la liberación: “Para eso fue inventado: para medir la grandeza de Dios”. La deconstrucción del texto apunta a la erosión del status quo por vía de la ironía y el desparpajo. Hasta el punto de abalanzarse sobre la institucionalidad cristiana, esta vez en la redacción de un evangelio apócrifo y apóstata: “Bautizó gente / hizo proclamas marxistas / e inauguró el parto sin dolor // Jesucristo estaba loco de pila / vendiendo terrenos en el cielo / cinturones de castidad / LSD // (…) El cristianismo / hecho imperialismo / ecuménico / alucinó a nuestro querido Nietzsche”. Nada que ver con el Cristo-guarapo dulzón de Zeffirelli: Nos parece una rotunda identificación con el “Nazarín” de Buñuel o el Cristo lírico, humanístico y popular de Pasolini, transfiguraciones ficcionales mucho más cercanas y tocables en la vivacidad y la autenticidad. La incontrovertible vigencia del libro no acompañará a las histéricas turbas desclasadas que obstruyen el libre tránsito de motorizados –al punto de batir sus cabezas en el asfalto- y trabajadores, ni a los discursos efectistas y amargos de una clase política indolente que añora privilegios mal habidos. Tampoco, por fortuna, justificará esa tumoración que es la burocracia aún campante (integrada no sólo por ineptos funcionarios venales, sino también por pregoneros sociolistos que destilan sin tapujos su chauvinismo y su misantropía). Basta con leer la magnífica e irreverente “Autobiografía Tardía” o ese retablo maravilloso y atrabiliario de personajes sin par contenido en “El mundo está lleno de palabras”, para solazarnos en una indudable Poesía del Decir que se emparenta con la ciudadanía anónima en la más absoluta complicidad proletaria. Todo apunta al Amor como fuente insustituible de vida y cambio interior que se desparrama a nuestro alrededor: “Poder amar por el amor mismo / sin esperar del amor más que el amar”; el sustantivo abandona el marasmo sedentario y se hace verbo, esto es la conjugación viva que afecta a una colmena díscola y generosa cotidianamente. Fiel a la tradición poética de Brasil, la elaboración lúdica del ars poética se contrapone con firmeza a los experimentos vacuos que malogran la reflexión sobre la palabra poética misma. Desdice el divorcio de la palabra respecto a la humanidad, con su pretexto de masturbarse en la oscuridad de una habitación de lujo y chatura literarios: “Tu cuerpo es un poema / completo, indivisible. // Tu cuerpo es forma / y contenido / prurito / y también es norma”. Es el cuerpo desnudo del poema en la absoluta ausencia de los artificios retóricos que pretenden entenebrecerlo.///
“San Fernando de Beira-Mar” (traducción de Ricardo Ruiz) no sólo se refiere a un narcotraficante brasileño renombrado, Fernandinho, sino al universo abigarrado de las favelas y las colonias penitenciarias. El apelativo que simula el santoral católico y mestizo equiparable a la Corte Malandra del venezolano Ismaelito, construye el vínculo épico, político y corrupto entre el antihéroe y la favela misma: “Estandartes exhiben a San Fernando / de remera y bermudas / en la procesión de los desheredados. / Por eso es feriado, día santo”. El impacto de las imágenes se escurre en el amarillismo mediático, el hiperrealismo y el hip hop que mixtura a la samba y los narcocorridos norteños; la cotidianidad de la muerte en espacios plenos de escalinatas, trochas y veredas nos retrotrae no sólo filmes brasileños como “Pixote”, “Ciudad de Dios” y “Carandirú”, sino en especial el western clásico norteamericano y su versión revisionista italiana: “Plan extravagante pero verosímil. / Hiperrealismo alucinante: fantasía / sangrienta, fútil, absurda, violenta, / bella y terrible como en el cine”. El duelo al mediodía entre Fernandinho y el mustio y envilecedor Ministro de Seguridad, nos remite al caos inducido por la rapacidad de modelos políticos y económicos que hacen más eficientes los mecanismos de la represión y la explotación del proletariado urbano y rural. No hay manera más descarnada posible de decirlo: “El ministro lo tiene como asesor / especial / quiere equiparar la policía / a su organización / equiparar sus efectivos (?!) / a los de él. // Eso lo llamamos joint venture, / asociación”. Nuestros vetustos métodos educativos, no traerán de vuelta la atención de los muchachos encandilados por los tiroteos en el barrio mal copiados en la televisión.///
“Yo Konstantinos Kaváfis de Alejandría” (traducción de Jorge Ariel Madrazo y Elga Pérez-Laborde) resulta ser un ejercicio biográfico, poético y crítico que rinde un homenaje sentido a este valiosísimo poeta. Sin fracasar en la explicación unidimensional de la obra por vía de la anécdota de vida, Antonio Miranda relee, cita y comenta al Otro, su poeta congénere, en el entusiasmo del encuentro y el convivio. Recientemente, escribimos acerca de una experiencia similar y significativa del poeta mexicano José Emilio Pacheco respecto al haikú y a las endechas febriles de amor que Catulo tributa a la escurridiza y caprichosa Lesbia. He allí la auténtica salvaguarda del lenguaje poético, la revisita trascendental de los clásicos y los nuestros: “Protegido de mí mismo y de los demás / sé qué significa el preconcepto: / soy un griego de Alejandría, / extranjero en mi propia tierra / por la que pasaron pueblos conquistadores, / ahora sirvo a la colonia británica / por unas mínimas libras / que me garantizan / vicios y virtudes”. La contemplación cruenta e inmisericorde de sí mismo, ennoblece la confesión en la búsqueda de un paraíso distinto al teatro de guerra en el que el cuerpo, el raciocinio y lo visceral se ven inmiscuidos. No es una confrontación parricida de uno respecto a otro, más bien conversación franca y afectuosa en el que los versos bailan y se funden por amor a la Poesía, a contracorriente de la retórica que ha atascado la legión interior de autores, críticos y lectores, impidiéndoles a todos ellos la liberación de la que nos hablaba Manuel Bandeira. Cavafis así nos lo confirma: “Porque los bárbaros llegan hoy / y a ellos los aburren la retórica y las alocuciones. // (…) // ¿Y qué vamos a hacer sin bárbaros? Esa gente era una especie de solución”.///
“Creador de mí” (traducción de Aurora Cuevas), supone un autoanálisis asistemático de las múltiples voces que asaetean a Miranda, quizá en una alusión al autoexamen que Loyola expone en los Ejercicios Espirituales: “Soy tantos a la vez. Tal vez”. En este caso, el ajiaco poético tiene como ingredientes el carnet o tarjeta garrapateados en la frente y el cogote, el aforismo y la nota marginal que descansan o, mejor aún, penden del techo de caña brava susceptibles de la caída libre al caos. La invocación al inicio y el resto de los textos, forjarán una cruz en la cual se cuelga el poeta. La construcción verbal posee un cariz experimental, conceptual y reticular; sin embargo, se mantiene el tono confesional y el tenor dialógico enclavados en las paradojas que trae consigo el vivir: “Incendios en mí, bibliotecas crepitando, frases / cambiadas de un estante a otro. / Soy un plagio. / Cabellos dispersos, ideas desaliñadas. ¡Entiéndanme!” No en balde la referencia a Lêdo Ivo que oscila entre el contentamiento y el desengaño: “Ledo engaño. Lêdo Ivo. Vana filosofía, o poesía”.///
Valga la morbosa y placentera invitación a navegar las aguas de este fantástico libro, eso sí, midiendo el dorso de las canoas. Se trata de un viaje a partir de una perspectiva inédita y vivencial: “Amores contaminados, sentidos cambiados, astros en diáspora”. Las 4 estaciones excederán las inclemencias y bondades del clima, pues la música y la poesía se reencontrarán en una pieza sinfónica enternecedora que nos permitirá la recuperación de nuestros sentidos en su condición originaria.///
En Caracas liberada y enaltecida por el canto transparente, domingo 16 de marzo de 2014.
José Carlos De Nóbrega
Deixa o teu corpo entender-se com outro corpo. Manuel Bandeira.
Antonio Miranda (1940) es otro gran amigo brasileño de Venezuela. Más que escritor y bibliotecólogo, se nos antoja un coreógrafo salvaje de la palabra. Rebeldía, resistencia, crónica impenitente y poesía se mixturan gozosas en su personalísimo discurso literario. El canto no sólo conmociona al sacudir entornos inhóspitos y esterilizantes, sino también conmueve a los desheredados de la tierra, los pasajeros del oprobioso transporte público y los hambrientos de justicia. Las salas de las bibliotecas, entonces, dejarán de ser sepulcros mohosos de libros y periódicos, para erigirse en instancias amorosas de la palabra viva que reivindican el Decir libertario de la Humanidad. Ya lo canta, acompañado por la música de Xulio Formoso, revirtiendo la soledad del acto escritural que gana al punto una vinculación solidaria con el mundo: “¿Cómo pensar en poesía en los días que vivimos? / Pasando hambre / ni la poesía sobre el hambre interesa. // Todos ¡Libertad!” La Poesía no constituirá un antifaz elegante que distraerá a las élites en las cabriolas de una almibarada danza rococó, mientras la peste asola a las mayorías. El baile se hará al desnudo, denunciando paraísos artificiales que se divorcian del Otro. Los versos que se musitan al oído de la mujer amada o arrullan a la crianza, así como los que se cantan en las calles, opondrán diques al despropósito político y la banalización de sus discursos propagandísticos.///
Celebramos en un espíritu comunitario la publicación de Las 4 estaciones de Antonio Miranda, bajo el sello amistoso de Fundarte: Esta tetralogía poética nos permitirá revisitar la musicalidad underground de “Tu país está feliz” (recordado montaje teatral del grupo Rajatabla en febrero de 1971); escuchar, con oídos atónitos, ese contundente y crítico narcocorrido en clave de samba que es “San Fernando Beira-Mar” (2006); leer con afinidad la reconstrucción poético-biográfica de Constantino Cavafis, 2007, en el asedio bárbaro; y auscultar estupefactos el fraseo fragmentario y experimental de “Creador de mí” (2011), apretada plaquette que se regodea en el caos o la intemperie interior a la luz de un enésimo juicio final. Es notable el cariz transgenérico del conjunto, eso sí, sin los remilgos ni las poses fútiles del académico que coloca la carreta antes que los caballos, tanteando inútilmente la indudable poesía del texto y de las cosas con palabras huecas y tibias. Parafraseando a Cabral de Melo Neto, la lucha con las palabras que enturbia la blancura de la página, implica dejar los efluvios corporales en la configuración de mundos nuevos y posibles, no en balde la finitud de la expresión escrita. El oficio literario, más allá de la literatura, asume denodadamente responsabilidad social, estética y vital: Muerto seguiré debiendo. Por supuesto, en la ausencia de los sistemas financieros chupasangres, la vocinglería cagatinta que pretende acompañar el primer café de la mañana y la disfuncionalidad de la familia pequeñoburguesa.///
“Tu país está feliz” es un libreto lírico de espíritu rebelde que no remeda la superficie contestaria al inicio de los años setenta: La disposición de las canciones y los poemas a dos columnas, entraña un ácido reproche inconformista que triza el Poder autoritario ejercido en el marco de la sociedad capitalista y el régimen democrático-liberal. No observaremos jóvenes corriendo desnudos y drogados en los jardines de una universidad norteamericana, despojados de una conciencia de clase precisa en el entendimiento y el corazón. Las punzadas críticas comprenden sorprendentes gradaciones anarquistas que transitan del trotskismo a un teísmo problematizador, lo cual incluye un guiño al anarquismo literario de Ambrose Bierce: “Reina la más completa calma en todo el país / Reina la más completa calma en todo / Reina la más completa calma / Reina la más completa / Reina!!”. O su acepción del demonio a la luz de una teología personal de la liberación: “Para eso fue inventado: para medir la grandeza de Dios”. La deconstrucción del texto apunta a la erosión del status quo por vía de la ironía y el desparpajo. Hasta el punto de abalanzarse sobre la institucionalidad cristiana, esta vez en la redacción de un evangelio apócrifo y apóstata: “Bautizó gente / hizo proclamas marxistas / e inauguró el parto sin dolor // Jesucristo estaba loco de pila / vendiendo terrenos en el cielo / cinturones de castidad / LSD // (…) El cristianismo / hecho imperialismo / ecuménico / alucinó a nuestro querido Nietzsche”. Nada que ver con el Cristo-guarapo dulzón de Zeffirelli: Nos parece una rotunda identificación con el “Nazarín” de Buñuel o el Cristo lírico, humanístico y popular de Pasolini, transfiguraciones ficcionales mucho más cercanas y tocables en la vivacidad y la autenticidad. La incontrovertible vigencia del libro no acompañará a las histéricas turbas desclasadas que obstruyen el libre tránsito de motorizados –al punto de batir sus cabezas en el asfalto- y trabajadores, ni a los discursos efectistas y amargos de una clase política indolente que añora privilegios mal habidos. Tampoco, por fortuna, justificará esa tumoración que es la burocracia aún campante (integrada no sólo por ineptos funcionarios venales, sino también por pregoneros sociolistos que destilan sin tapujos su chauvinismo y su misantropía). Basta con leer la magnífica e irreverente “Autobiografía Tardía” o ese retablo maravilloso y atrabiliario de personajes sin par contenido en “El mundo está lleno de palabras”, para solazarnos en una indudable Poesía del Decir que se emparenta con la ciudadanía anónima en la más absoluta complicidad proletaria. Todo apunta al Amor como fuente insustituible de vida y cambio interior que se desparrama a nuestro alrededor: “Poder amar por el amor mismo / sin esperar del amor más que el amar”; el sustantivo abandona el marasmo sedentario y se hace verbo, esto es la conjugación viva que afecta a una colmena díscola y generosa cotidianamente. Fiel a la tradición poética de Brasil, la elaboración lúdica del ars poética se contrapone con firmeza a los experimentos vacuos que malogran la reflexión sobre la palabra poética misma. Desdice el divorcio de la palabra respecto a la humanidad, con su pretexto de masturbarse en la oscuridad de una habitación de lujo y chatura literarios: “Tu cuerpo es un poema / completo, indivisible. // Tu cuerpo es forma / y contenido / prurito / y también es norma”. Es el cuerpo desnudo del poema en la absoluta ausencia de los artificios retóricos que pretenden entenebrecerlo.///
“San Fernando de Beira-Mar” (traducción de Ricardo Ruiz) no sólo se refiere a un narcotraficante brasileño renombrado, Fernandinho, sino al universo abigarrado de las favelas y las colonias penitenciarias. El apelativo que simula el santoral católico y mestizo equiparable a la Corte Malandra del venezolano Ismaelito, construye el vínculo épico, político y corrupto entre el antihéroe y la favela misma: “Estandartes exhiben a San Fernando / de remera y bermudas / en la procesión de los desheredados. / Por eso es feriado, día santo”. El impacto de las imágenes se escurre en el amarillismo mediático, el hiperrealismo y el hip hop que mixtura a la samba y los narcocorridos norteños; la cotidianidad de la muerte en espacios plenos de escalinatas, trochas y veredas nos retrotrae no sólo filmes brasileños como “Pixote”, “Ciudad de Dios” y “Carandirú”, sino en especial el western clásico norteamericano y su versión revisionista italiana: “Plan extravagante pero verosímil. / Hiperrealismo alucinante: fantasía / sangrienta, fútil, absurda, violenta, / bella y terrible como en el cine”. El duelo al mediodía entre Fernandinho y el mustio y envilecedor Ministro de Seguridad, nos remite al caos inducido por la rapacidad de modelos políticos y económicos que hacen más eficientes los mecanismos de la represión y la explotación del proletariado urbano y rural. No hay manera más descarnada posible de decirlo: “El ministro lo tiene como asesor / especial / quiere equiparar la policía / a su organización / equiparar sus efectivos (?!) / a los de él. // Eso lo llamamos joint venture, / asociación”. Nuestros vetustos métodos educativos, no traerán de vuelta la atención de los muchachos encandilados por los tiroteos en el barrio mal copiados en la televisión.///
“Yo Konstantinos Kaváfis de Alejandría” (traducción de Jorge Ariel Madrazo y Elga Pérez-Laborde) resulta ser un ejercicio biográfico, poético y crítico que rinde un homenaje sentido a este valiosísimo poeta. Sin fracasar en la explicación unidimensional de la obra por vía de la anécdota de vida, Antonio Miranda relee, cita y comenta al Otro, su poeta congénere, en el entusiasmo del encuentro y el convivio. Recientemente, escribimos acerca de una experiencia similar y significativa del poeta mexicano José Emilio Pacheco respecto al haikú y a las endechas febriles de amor que Catulo tributa a la escurridiza y caprichosa Lesbia. He allí la auténtica salvaguarda del lenguaje poético, la revisita trascendental de los clásicos y los nuestros: “Protegido de mí mismo y de los demás / sé qué significa el preconcepto: / soy un griego de Alejandría, / extranjero en mi propia tierra / por la que pasaron pueblos conquistadores, / ahora sirvo a la colonia británica / por unas mínimas libras / que me garantizan / vicios y virtudes”. La contemplación cruenta e inmisericorde de sí mismo, ennoblece la confesión en la búsqueda de un paraíso distinto al teatro de guerra en el que el cuerpo, el raciocinio y lo visceral se ven inmiscuidos. No es una confrontación parricida de uno respecto a otro, más bien conversación franca y afectuosa en el que los versos bailan y se funden por amor a la Poesía, a contracorriente de la retórica que ha atascado la legión interior de autores, críticos y lectores, impidiéndoles a todos ellos la liberación de la que nos hablaba Manuel Bandeira. Cavafis así nos lo confirma: “Porque los bárbaros llegan hoy / y a ellos los aburren la retórica y las alocuciones. // (…) // ¿Y qué vamos a hacer sin bárbaros? Esa gente era una especie de solución”.///
“Creador de mí” (traducción de Aurora Cuevas), supone un autoanálisis asistemático de las múltiples voces que asaetean a Miranda, quizá en una alusión al autoexamen que Loyola expone en los Ejercicios Espirituales: “Soy tantos a la vez. Tal vez”. En este caso, el ajiaco poético tiene como ingredientes el carnet o tarjeta garrapateados en la frente y el cogote, el aforismo y la nota marginal que descansan o, mejor aún, penden del techo de caña brava susceptibles de la caída libre al caos. La invocación al inicio y el resto de los textos, forjarán una cruz en la cual se cuelga el poeta. La construcción verbal posee un cariz experimental, conceptual y reticular; sin embargo, se mantiene el tono confesional y el tenor dialógico enclavados en las paradojas que trae consigo el vivir: “Incendios en mí, bibliotecas crepitando, frases / cambiadas de un estante a otro. / Soy un plagio. / Cabellos dispersos, ideas desaliñadas. ¡Entiéndanme!” No en balde la referencia a Lêdo Ivo que oscila entre el contentamiento y el desengaño: “Ledo engaño. Lêdo Ivo. Vana filosofía, o poesía”.///
Valga la morbosa y placentera invitación a navegar las aguas de este fantástico libro, eso sí, midiendo el dorso de las canoas. Se trata de un viaje a partir de una perspectiva inédita y vivencial: “Amores contaminados, sentidos cambiados, astros en diáspora”. Las 4 estaciones excederán las inclemencias y bondades del clima, pues la música y la poesía se reencontrarán en una pieza sinfónica enternecedora que nos permitirá la recuperación de nuestros sentidos en su condición originaria.///
En Caracas liberada y enaltecida por el canto transparente, domingo 16 de marzo de 2014.