CAVALO MORTO
LÊDO IVO
A Xavier Placer
Traducción de José Carlos De Nóbrega.
En Cavalo Morto las muchachas acostumbran a pasear con los soldados. Y después a amar. Aparece entonces un despropósito: después del amor, ellas bordan en las nubes, con un alfabeto azul y blanco, los nombres de los enamorados: José, Antonio, Manuel, Juan. Las muchachas vuelven más jóvenes de esos amores en el matorral. Vuelven intrépidas, excitadas por el filtro de la luna. Y para ellas no hay exigencias, cobardías, acontecimientos. Hay los soldados del batallón. En agosto, enero y asimismo en septiembre, las muchachas aman en Cavalo Morto. Pasan abrazadas a sus enamorados y dejan en la arena de la carretera alguna cosa que es espuma o velo. ¡Los soldados no saben hacer sonetos, mas como aman! En la noche, Cavalo Morto nunca está despoblado. Y si usted un día pasa por allá y oye voces, risas y gemidos de amor, no se asuste con miedo a los fantasmas. Son las muchachas amando a los soldados en Cavalo Morto.
Premio Nacional del Libro 2006, capítulo centro occidental, a la mejor página web (otorgado por el CENAL)
Tuesday, February 18, 2014
Saturday, February 15, 2014
4 POEMAS DE HENRY RÍOS FÁBREGAS
4 POEMAS DE HENRY RÍOS FÁBREGAS
Juan preguntó por mi yunta,
Y atiné a decir lo que es:
¡El Pambelé barinés
golpea mejor que nunca!
Chelena, nuestro universo,
la más bella de las madres,
muy dulcitos los hojaldres
que canta el gallo en verso.
Allá va el impío Ismael,
hacia su valle de la muerte
en vida, onoto de pura hiel
que lo maquilla por suerte.
Los ojos lindos de Anuska
no se deprecian en vano
en la maldad que ofusca,
son luces de amor a la mano.
Juan preguntó por mi yunta,
Y atiné a decir lo que es:
¡El Pambelé barinés
golpea mejor que nunca!
Chelena, nuestro universo,
la más bella de las madres,
muy dulcitos los hojaldres
que canta el gallo en verso.
Allá va el impío Ismael,
hacia su valle de la muerte
en vida, onoto de pura hiel
que lo maquilla por suerte.
Los ojos lindos de Anuska
no se deprecian en vano
en la maldad que ofusca,
son luces de amor a la mano.
Tuesday, February 04, 2014
EL RELOJ DE ARENA DE JOSÉ EMILIO PACHECO. José Carlos De Nóbrega
EL RELOJ DE ARENA DE JOSÉ EMILIO PACHECO
José Carlos De Nóbrega
El Día de los Muertos: / ayer fui el anfitrión, / ahora soy el huésped. –Sufu. José Emilio Pacheco, El viento entre los pinos: 24 aproximaciones al haikú.
Este poeta mexicano, recientemente fallecido, no sólo nos ofreció el placer que se adhiere goloso a un Decir poético inigualable, transparente y accesible, sino también los muy esperados encuentros mensuales con El Reloj de Arena, su columna publicada a la siniestra de su amigo Octavio Paz (sí, a principios de este siglo en la revista Letras Libres, sentada a la derecha de Vuelta, el magazine-padre que Paz se llevó a su tumba). En este espacio, cultivó la poesía, la reseña crítica y el ensayo con vitalísima maestría. “Wilde en su (tercer) mundo” es una de las mejores aproximaciones al autor de La importancia de llamarse Ernesto: Propone que el dandy irlandés usó una vía inédita para desmontar críticamente la arrogancia colonialista británica. He aquí un argumento contundente: “Todo su arte y su persona pública se fundan en una crítica del ahínco británico victoriano de establecer antítesis no sólo entre lo inglés y lo irlandés sino entre el bien y el mal, el amo y el siervo, lo masculino y lo femenino”. Ejercicio de brillantez intelectual propia de nuestras más grandes voces latinoamericanas: Ir a contracorriente de lo eurocéntrico, esto es hacer añicos sus veleidades de superioridad y moralina desde sus mismas tripas, a la manera de un incómodo foco infeccioso. Este texto finisecular nos lo confiesa impunemente, Contra Harold Bloom: “Al doctor Harold Bloom lamento decirle / que repudio lo que él llamó “la ansiedad de las influencias”. / Yo no quiero matar a López Velarde ni a Gorostiza ni a Paz ni a Sabines. / Por el contrario, / no podría escribir ni sabría qué hacer / en el caso imposible de que no existieran / Zozobra, Muerte sin fin, Piedra de Sol, Recuento de poemas.” Por supuesto, nos hacemos cómplices de este golpe por mampuesto al Canon Occidental, despropósito del Centro que desprecia e ignora a la periferia (¿por qué aparece La Guerra del fin del mundo de Vargas Llosa y no Los sertones de Euclides Da Cunha? ¿Prevalece el valor comercial del subsecuente sobre el antecedente que lo inspiró?). Otro ensayo inolvidable es “Leopoldo Lugones y el amor en la hora de la espada”: Cuerpo ensayístico apasionado que vincula el dato biográfico, la pasión amorosa otoñal, el contexto histórico y el aliento poético a la configuración del paradójico personaje que fue Lugones, el último de los modernistas, militarista, luego católico y al final poeta suicida. Bien lo afirma José Emilio Pacheco: “Lugones nunca se repitió. Cada libro es distinto del anterior. El defecto de esta virtud fue la mutabilidad de sus ideas”. En “Siete aproximaciones a Catulo” verificamos su gratitud a los Clásicos en la apropiación respetuosa y amorosa de la voz del Otro, en este caso un contemporáneo y no un poeta antiguo: “Lesbia habla mal de mí. Nunca se calla. / Que me muera si Lesbia no me ama. // ¿Cómo puedo saberlo? Hago lo mismo / y me muero de amarla”. Más de veinticinco años antes, un joven Pacheco publicaba tres sorprendentes poemas en la revista Poesía de la Universidad de Carabobo –no nos cansaremos de decir que la calidad de la publicación dirigida por Oliveros, Pérez Só y Rivero superó con creces a la universidad auspiciante-, esto es tres textos de entrañable sensibilidad poética alusivos al invierno en Canadá. La sencillez e inmediatez de la expresión, la multiplicidad de las lecturas que sugiere sin artificio formal alguno, amén de conjugar el amor, la nostalgia, la vida y la muerte en una danza sin fin, son los atributos de estos textos juveniles que se perpetuarían a lo largo de su obra poética. Oigamos simultáneamente la cadencia del poema y la caída de la nieve en la tierra: “¿A dónde irá esta nieve que hoy te rodea? / Esta nieve que misteriosamente circunda / la casa y la ciudad volverá al aire / será agua, viento y luego otra vez nieve / Tú no tienes sus virtudes mutantes / y te irás morirás serás tierra / serás polvo en que viene a apagarse la nieve”. Salud, José Emilio, dondequiera que estés.
En Valencia de San Simeón el estilita, enero de 2014.
José Carlos De Nóbrega
El Día de los Muertos: / ayer fui el anfitrión, / ahora soy el huésped. –Sufu. José Emilio Pacheco, El viento entre los pinos: 24 aproximaciones al haikú.
Este poeta mexicano, recientemente fallecido, no sólo nos ofreció el placer que se adhiere goloso a un Decir poético inigualable, transparente y accesible, sino también los muy esperados encuentros mensuales con El Reloj de Arena, su columna publicada a la siniestra de su amigo Octavio Paz (sí, a principios de este siglo en la revista Letras Libres, sentada a la derecha de Vuelta, el magazine-padre que Paz se llevó a su tumba). En este espacio, cultivó la poesía, la reseña crítica y el ensayo con vitalísima maestría. “Wilde en su (tercer) mundo” es una de las mejores aproximaciones al autor de La importancia de llamarse Ernesto: Propone que el dandy irlandés usó una vía inédita para desmontar críticamente la arrogancia colonialista británica. He aquí un argumento contundente: “Todo su arte y su persona pública se fundan en una crítica del ahínco británico victoriano de establecer antítesis no sólo entre lo inglés y lo irlandés sino entre el bien y el mal, el amo y el siervo, lo masculino y lo femenino”. Ejercicio de brillantez intelectual propia de nuestras más grandes voces latinoamericanas: Ir a contracorriente de lo eurocéntrico, esto es hacer añicos sus veleidades de superioridad y moralina desde sus mismas tripas, a la manera de un incómodo foco infeccioso. Este texto finisecular nos lo confiesa impunemente, Contra Harold Bloom: “Al doctor Harold Bloom lamento decirle / que repudio lo que él llamó “la ansiedad de las influencias”. / Yo no quiero matar a López Velarde ni a Gorostiza ni a Paz ni a Sabines. / Por el contrario, / no podría escribir ni sabría qué hacer / en el caso imposible de que no existieran / Zozobra, Muerte sin fin, Piedra de Sol, Recuento de poemas.” Por supuesto, nos hacemos cómplices de este golpe por mampuesto al Canon Occidental, despropósito del Centro que desprecia e ignora a la periferia (¿por qué aparece La Guerra del fin del mundo de Vargas Llosa y no Los sertones de Euclides Da Cunha? ¿Prevalece el valor comercial del subsecuente sobre el antecedente que lo inspiró?). Otro ensayo inolvidable es “Leopoldo Lugones y el amor en la hora de la espada”: Cuerpo ensayístico apasionado que vincula el dato biográfico, la pasión amorosa otoñal, el contexto histórico y el aliento poético a la configuración del paradójico personaje que fue Lugones, el último de los modernistas, militarista, luego católico y al final poeta suicida. Bien lo afirma José Emilio Pacheco: “Lugones nunca se repitió. Cada libro es distinto del anterior. El defecto de esta virtud fue la mutabilidad de sus ideas”. En “Siete aproximaciones a Catulo” verificamos su gratitud a los Clásicos en la apropiación respetuosa y amorosa de la voz del Otro, en este caso un contemporáneo y no un poeta antiguo: “Lesbia habla mal de mí. Nunca se calla. / Que me muera si Lesbia no me ama. // ¿Cómo puedo saberlo? Hago lo mismo / y me muero de amarla”. Más de veinticinco años antes, un joven Pacheco publicaba tres sorprendentes poemas en la revista Poesía de la Universidad de Carabobo –no nos cansaremos de decir que la calidad de la publicación dirigida por Oliveros, Pérez Só y Rivero superó con creces a la universidad auspiciante-, esto es tres textos de entrañable sensibilidad poética alusivos al invierno en Canadá. La sencillez e inmediatez de la expresión, la multiplicidad de las lecturas que sugiere sin artificio formal alguno, amén de conjugar el amor, la nostalgia, la vida y la muerte en una danza sin fin, son los atributos de estos textos juveniles que se perpetuarían a lo largo de su obra poética. Oigamos simultáneamente la cadencia del poema y la caída de la nieve en la tierra: “¿A dónde irá esta nieve que hoy te rodea? / Esta nieve que misteriosamente circunda / la casa y la ciudad volverá al aire / será agua, viento y luego otra vez nieve / Tú no tienes sus virtudes mutantes / y te irás morirás serás tierra / serás polvo en que viene a apagarse la nieve”. Salud, José Emilio, dondequiera que estés.
En Valencia de San Simeón el estilita, enero de 2014.