Premio Nacional del Libro 2006, capítulo centro occidental, a la mejor página web (otorgado por el CENAL)
Monday, October 31, 2011
CICLO DE CHARLAS "NOVIEMBRE DIABÓLICO, 2011" DEL GRUPO LI PO Y EL GRUPO LITERARIO ENRIQUETA ARVELO LARRIVA
Están cordialmente invitados a participar en el Ciclo Noviembre Diabólico, una serie de conversatorios dedicados a estudiar la presencia del diablo como personaje en diversas manifestaciones culturales.
A continuación el cronograma de actividades:
Sábado 05 de noviembre:
"El diablo y la música" a cargo del músico Régulo Castro.
Lugar: Librerías del Sur Valencia, Primer nivel del Centro Comercial Camoruco, Avenida Bolívar Norte.
Hora: 10 am
Sábado 12 de noviembre:
Conversatorio sobre "Amalec" a cargo del poeta Reynaldo Pérez Só y una charla sobre el narcocorrido por el escritor José Carlos De Nóbrega.
Lugar: Librerías del Sur Valencia, Primer nivel del Centro Comercial Camoruco, Avenida Bolívar Norte.
Hora: 10 am
Sábado 19 de noviembre:
Charla: "Dos textos lúdicos sobre el diablo" a cargo del escritor José Carlos De Nóbrega.
Lugar: Librerías del Sur Valencia, Primer nivel del Centro Comercial Camoruco, Avenida Bolívar Norte.
Hora: 10 am
Sábado 26 de noviembre:
Charla: "La maldad cotidiana según Saki" a cargo del ensayista Pedro Téllez.
Lugar: Librerías del Sur Valencia, Primer nivel del Centro Comercial Camoruco, Avenida Bolívar Norte.
Hora: 10 am
Friday, October 28, 2011
EL BOOM REVISITADO (MÁS ALLÁ DE LA PUBLICIDAD Y EL MERCADEO). José Carlos De Nóbrega
EL BOOM REVISITADO (MÁS ALLÁ DE LA PUBLICIDAD Y EL MERCADEO).
José Carlos De Nóbrega
He aquí un adelanto de mi libro de ensayos "Salmos Compulsivos / El Libro de los Aforismos Comentados", de próxima aparición en Valencia de San Desiderio. Por supuesto, ya se había publicado en el diario "El Venezolano" de Guayana. Espero que lo disfruten.J.C.D.N..
“-¿Aceptaría usted la afirmación de que, en cierta forma, el boom es invento suyo?
“B: No, pero me gustaría creer que he contribuido a eso que seguimos llamando boom, aunque es un término que no me gusta.
“-¿Por qué no le gusta?
“B: Porque un boom implica siempre un fondo de falsedad, y ya digo desde el principio que yo creo que realmente ocurre que en este momento la narrativa latinoamericana, la de esta generación, debe contar entre las dos o tres más importantes del mundo”. Carlos Barral entrevistado por Tola y Grieve (1971: p. 15).
Tal es el problema de las etiquetas y los remoquetes realzados en el “ismo”: Facilitan las taxonomías literarias pero propenden a una lectura y consideración manchadas por la superficialidad del slogan publicitario. La agrupación de autores en una generación, por lo general, distrae al lector en la degustación de la personalidad y el estilo de cada quien y cada cual. Topamos con un cliente snobista antes que con un lector lúdico. Quizás por tal razón, Charles Bukowski –el personaje- se siente oprimido y comprimido entre la tabiquería que es el espacio burocrático obsequiado por un codicioso editor en un lujoso piso de NYC (magnífica versión fílmica de Marco Ferreri de sus Cuentos de la Locura Corriente, con un Ben Gazzara esparciendo papeles en un gesto alcohólico y anarquista). Ahora bien, la generación del Boom no es afectada por la inmediatez de las campañas publicitarias, ni por el prestigio de los premios internacionales; su aporte a la narrativa latinoamericana y, mejor aún, en lengua española, es inconmovible y trascendental. Vale más, por ejemplo, el guiño cómplice que nos hace Julio Cortázar cada vez que sus cuentos vindican la lectura asombrosa, tierna y juguetona en oposición a un entorno raído y mustio por la rutina en la urbe post-industrial. Si de algo han servido las modernas técnicas de marketing editorial, es precisamente en el hecho controversial de dar a conocer con amplitud la obra de nuestros escritores. Ello sin importar las lecturas cuasi disléxicas de algunos editores y críticos literarios.
Los cuatro egregios del bien o mal llamado Boom –Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes y Julio Cortázar-, amén de su condición de exiliados en momentos puntuales de su vida y obra, han constituido un notable estadio en la evolución de la narrativa latinoamericana. Por supuesto, no como isla a la deriva respecto a sus antecesores (Roberto Arlt, Felisberto Hernández, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Juan Rulfo, Miguel Ángel Asturias), sino como la continuidad de la ola que comprende la cresta y los reflujos internos. En la entrevista citada al inicio, Carlos Barral así lo reconoce:
“B: Sí, a mí me parece que la narrativa de esta generación, a la que identificamos cuando hablamos del boom, con respecto a sus antecedentes en la historia de la literatura hispanoamericana, representa un cambio muy considerable en cuanto a la universalidad de la ambición de lo que trata de expresar y, justamente, eso es lo que la identifica, lo que la despega en cuanto a la tradición. Pero en cuanto al instrumental, no ha hecho más que perfeccionar lo que ya era de primera calidad” (Tola y Grieve, 1971: páginas 14 y 15).
Efectivamente, Julio Cortázar es cómplice y lector atento de la obra de Felisberto Hernández, sobre todo en el discurso o en la disposición del instrumental, acomodada la cama de disección en la que yace la resbaladiza realidad. Ambos problematizan y parodian la realidad hundiendo afilados bisturíes en su desgastado corpus: El discurso fantástico se funde y justifica a plenitud por vía de la ironía y el desenfado. Alberto Cousté lo espeta sin medias tintas: “Cortázar –cronopio crónico- ha intentado una obra que irrita hasta el crujir de dientes a quienes no pertenecen a la tribu” (en Cortázar, 1980: p. 7). Ello con un gran vuelo poético: “pero no sé por qué en ese momento se me daba por pensar que también a veces papá y mamá sacaban el pañuelo para secarse, y que también en el pañuelo había una hoja seca que les lastimaba la cara” (Cortázar, 1980: p. 77). Es el final del cuento Después del Almuerzo, en el que el protagonista alivia un sentimiento de culpa suyo y de sus padres al convivir forzosamente con un personaje innominado y minusválido. Qué decir, además, de la particular oralidad sureña –en Argentina o fuera de ella-impregnada en sus cuentos y novelas. Muy a pesar de que no se identifica –sobre todo en lo político- con Jorge Luis Borges (recordemos lo que le dijo a José Pulido en una entrevista acerca de un cuento suyo dedicado a Borges: “ ‘No puede ser’ comentaron los lectores argentinos y tenían razón: al final del cuento decía: este cuento se lo he dedicado al pintor venezolano Jacobo Borges”; Pulido, 1982: p. C-16), hay cierta vinculación en lo que toca a las preocupaciones y búsquedas de ambos pibes: la literatura fantástica y el juego que acarrea explayarla en el papel, llevar al lector vendado por los pasadizos múltiples y postizos del laberinto narrativo. Paradójicamente, Jorge Luis Borges le publicó en la revista Sur el cuento Casa Tomada, en el inicio mismo de su periplo literario y luego geográfico. Por otra parte, Carlos Fuentes adaptó al cine la novela Pedro Páramo de Rulfo, no obstante las diferencias de fondo y forma -e incluso políticas- entre ambos narradores mexicanos. Si bien Fuentes recibió la influencia de John Dos Passos y su Manhattan Transfer, especialmente en lo que toca a la técnica narrativa, el Gabo absorbió otro tanto de la obra novelística de William Faulkner: la decadencia del sur de los Estados Unidos, posterior a la Guerra de Secesión, se transplanta con poderosa personalidad del condado de Yoknapatawpha al Macondo del Trópico, asolado por las disputas políticas y bélicas internas, amén de la explotación de la Compañía Bananera encarnada sin duda por la United Fruit Company. En resumidas cuentas, la generación del Boom significa la continuidad de la ruptura con la narrativa realista latinoamericana, de corte positivista y nativista, iniciada en los años treinta y consolidada a partir de los cincuenta; sobre todo a la luz de los rasgos diferenciales y las contradicciones habidas entre esas tres generaciones. La línea evolutiva de nuestra narrativa no se asimila a la recta, más bien se esboza como una elipse: remite a la noción de ciclo, de un retorno o reacomodo del discurso y sus instrumentos expresivos, así como también la revisión o aireación de la temática.
Las críticas al Boom han sido de diverso calibre, destacándose dos aparejadas con una miope y maniquea apreciación: confundir universalidad y contemporaneidad con un sentimiento de cosmopolitismo extemporáneo, tal como ocurrió con la obra poética de Darío; y, su inmediata antípoda, el excesivo color local o exotismo que aparentemente abunda en muchos de los casos. Carlos Fuentes, le sale al paso a la primera de tales críticas parciales: “Pero también la aspiración cosmopolita, digámoslo con esa palabra que a veces tiene un sentido peyorativo, me parece muy importante, sobre todo en ese momento en que, como dice Octavio Paz, somos por primera vez contemporáneos de todos los hombres” (Rodríguez Monegal, 1977: p. 122). No se trata de asumir una ciudadanía universal superficial y forzada, más bien hallar en el cosmopolitismo la cabeza de turco que derrumbará el aislacionismo de América Latina, producto de un proceso de neocolonialismo que ha venido ahogando su espíritu mestizo y heterogéneo. Sólo así se podría comprender la materia de la que está hecha la Rayuela de Cortázar: el exilio físico es un magnífico pretexto para el arraigo en el terruño; la oralidad, la carga onomatopéyica y la salvaje seducción de las imágenes que forja el lenguaje hablado en los puertos y los arrabales de Buenos Aires (el lunfardo recreado antes por Arlt sin cortapisas), constituyen su más válida y sentida prueba. En lo que corresponde al exotismo, los críticos pretenden que los cuadros de costumbres, el paisaje selvático e incluso urbano, además de la recreación de las contradicciones políticas y sociales, rayan en lo pintoresco. No se tiene en cuenta o no se repara un tratamiento estético y personal del paisaje rural y urbano: bien sea en casos tales como La Casa Verde y Pantaleón y las Visitadoras de Vargas Llosa, en las que la selva –además de escupir animales y portentos- sobredimensiona la precariedad, la desolación y la humanidad de los personajes, más allá de la determinista argumentación positivista; o las novelas de Carlos Fuentes que tienen como centro épico, lírico e histórico a la ciudad de México, en un afán de deconstruir historiografías que entumecen y alienan la conciencia de los mexicanos y, por extensión, de los latinoamericanos. Carlos Barral lo asevera con conocimiento de causa: “Yo creo que no y, sobre todo, el exotismo es completamente impredicable en las novelas de Cortázar, por ejemplo, o lo es escasamente en la mayor parte de las novelas de Vargas Llosa” (Tola y Grieve, 1971: p. 17). Es innegable, pese a la irregularidad de ciertas obras, que los autores a los que se les encasilla con el mote del Boom, han redescubierto a América Latina realizando la travesía colombina a la inversa: seducir al público español y europeo con un éxito poco común en el devenir de la literatura de habla hispana. Son herederos, qué duda cabe, de las maravillosas historias de los Cronistas de Indias y de los mitos, las cosmogonías y cosmologías oriundos de la América Precolombina. No en balde uno de sus paradigmas escriturales descansa en la obra del Inca Garcilaso de la Vega.
He aquí un magistral cierre de la figura, sierpe que mordisquea su propia cola al amparo de la tormenta: “que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra” (García Márquez, 1984: p. 325). Nuestra condición mestiza y pluricultural, sin duda facilitó la escritura del continente desde el ‘centro’ a la ‘periferia’. Siendo el exilio forzado (Roa Bastos o Carpentier) o no (García Márquez, Vargas Llosa o Fuentes), los narradores latinoamericanos expresaron, desde el tuétano hasta el blanco de la página, una sensación de extrañamiento y de saudade –término portugués que trasciende la nostalgia- por su América Latina, acosada en ese entonces por cruentas dictaduras y las constantes profanaciones de su soberanía, fuere cual fuere el Imperio. La retroalimentación respecto a la cultura literaria y artística del centro, amén del padecimiento y afecto por la suya propia –acogotada en la despectiva categoría de periferia-, posibilitó la edificación de una obra diversa, maravillosa y harto peculiar. Adolfo Colombres (2004) acompaña tal razonamiento:
“Así como Europa partió siempre del presupuesto de la superioridad de su cultura, nosotros partimos del presupuesto de la insuficiencia de la nuestra, y quisimos suplir ese hipotético vacío con reverencias, con miradas extrañadas, exotistas, como si fuéramos viajeros europeos de paso y no nativos de este suelo” (páginas 240 y 241).
La narrativa latinoamericana a partir del Boom, llamémosle así o no, ha acertado en el reconocimiento del mal diagnosticado antes por Colombres. Asimismo, en la cura posible de la enfermedad: la creación del antivirus partiendo de la constitución misma del virus, de la epidemia. Revisar lo mejor del aporte europeo, reconstruir nuestra cultura propia y ser amos y señores de nuestro espíritu mestizo, heterogéneo y escurridizo. En el ejercicio, si se quiere, libertario y paradójico de la ciudadanía latinoamericana; desterrando los extremos que conducen a la villanía y al modo de vida servil: ¡Ni la globalización ni el realismo socialista que uniforman y mutilan el pensamiento y las pasiones!
Maracay, diciembre de 2005.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.
Colombres, Adolfo (2004). América como Civilización Emergente. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.
Cortázar, Julio (1980). El Perseguidor y otros relatos. Barcelona (España): Bruguera.
García Márquez, Gabriel (1984). Cien Años de Soledad. Bogotá: Oveja Negra.
Pulido, José (1982). Lo confieso: tengo momentos de desánimo (Entrevista a Julio Cortázar). En Diario El Nacional, Caracas, 16 de marzo de 1992, p. C-16.
Rodríguez Monegal, Emir (1977). El Arte de Narrar. Caracas: Monte Ávila.
Tola de Habich, Fernando y Grieve, Patricia (1971). Los Españoles y el Boom. Caracas: Tiempo Nuevo.
Thursday, October 20, 2011
ACERCAMIENTO A LA POESÍA DE MIGUEL HERNÁNDEZ, SÁBADO 22 DE OCTUBRE DE 2011, 2 PM, LIBRERÍAS DEL SUR, PLAZA BOLÍVAR, CARACAS
Saturday, October 08, 2011
LUIS BUÑUEL O LA ENTOMOLOGÍA SALVAJE (2/2). José Carlos De Nóbrega
LUIS BUÑUEL O LA ENTOMOLOGÍA SALVAJE
José Carlos De Nóbrega
3.- Una de las encuestas surrealistas más célebres comenzaba con esta pregunta: ‘¿Qué esperanza pone usted en el amor?’ Buñuel, que era uno de los encuestados, respondía: ‘Si amo, toda la esperanza; si no amo, ninguna.’ Carlos Barbáchano. Por supuesto, el aforismo o la cita se refiere a L’amour fou, esto es el Amor Loco en tanto revolucionario punto cenital que abrasará no sólo a los amantes, sino especialmente a la sociedad burguesa que los reprime incansablemente. Los alaridos placenteros de Lya Lys y el rostro convulso y sangrante de Gaston Modot, en el marco del poema surrealista que es La Edad de Oro, se contraponen salvajemente al amor mediatizado y cosificado por el entramado de la cultura burguesa y católica (de este último valga una muestra: el cura glotón del film Él, 1952, sublima su noción al decir que este pollo está muy rico). Si bien San Pablo privilegia el amor muy por encima de la fe y la esperanza (para muchos, su error consistió en que le dio piso a la institucionalidad católica con sus Papas cabeza de pescado y sus salas de tortura), Buñuel le da una gran vuelta al alicate que nos aprieta el cuero: La caridad cristiana ni siquiera es un sucedáneo ilusorio del amor al prójimo, por el contrario, constituye un eufemismo grotesco del más ortodoxo individualismo (que, por supuesto, se traduce en la superioridad moral); de allí el fracaso existencial de Viridiana, Nazarín o Francisco, personajes harto atribulados que transitan el irregular camino de bachacos que se balancea entre la tragedia y la ópera bufa. En Nazarín, observamos que Beatriz no supera la sumisión al machista El Pinto: se dio cuenta, a instancia de la madre castradora, que había sustituido el amor alienado al maltratador por el “piadoso” amor devoto –carnal e histérico también- al cándido cura descalzo. Sólo el enano Ujo persiste en su amor denodado a la fea y publicana Andara. Paradójicamente, Archibaldo de la Cruz –entre la santidad y la abyección- tiene un final sospechosamente feliz: Va del brazo de la hermosísima Lavinia (encarnada por la sensual Miroslava Stern, quien se suicidaría días después de finalizado el rodaje de Ensayo de un Crimen de 1955), pues se le exculpó de sus crímenes del pensamiento y la ensoñación compulsiva. Nos hallamos ante la gratificación que significa la imaginación en estado de erupción amorosa, sin importar las víctimas propiciatorias o sustitutas que nos provee el arte (en el caso de Archibaldo, tenemos la cremación del maniquí que recrea la brutal belleza de Lavinia). Siguiendo al poeta Benjamín Peret, nuestro mundo “hostil al amor y a toda libertad real”, se muerde a sí mismo al separar contranatura el espíritu y la carne, sádica fuente primaria del malestar humano.
4.- Soy el pichón de cóndor desplumado / por latino arcabuz; / y a flor de humanidad floto en los Andes, / como un perenne Lázaro de luz. César Vallejo. Por supuesto, un entomólogo moral como Buñuel nos muestra –muy complacido- su bestiario particular a lo largo de su obra fílmica. Independientemente de quién lo soñó o lo dibujó (Buñuel, Dalí o Pepín Bello), la imagen de los dos burros muertos que se descomponen sobre el piano como eslabón de un rosario traumático (integrado también por un par de seminaristas, un corcho y un melón) que arrastra el protagonista, nos impacta, asquea y maravilla en una escena insoslayable de Un Perro Andaluz. La cultura burguesa es un pesado fardo que nos entorpece el acceso a ese estado de total empatía llamado Amor Loco. En otra escena de la misma película, el hombre enmudece y la palabra se convierte en erizo parido por la lampiña axila de la mujer. A tal respecto, Carlos Barbáchano es categórico en su apropiación de la vida y obra de Luis Buñuel: “Animales y personas conviven bajo los mismos techos, hasta confundirse igualmente. Ambos comparten la misma naturaleza; beben y defecan en las mismas aguas”. En La Edad de Oro, la protagonista espanta a una vaca que hasta entonces dormía plácidamente en una cama de lujo. Se trata de la composición de una fábula negra, sin moraleja ni contenidos edificantes, que desdice nuestra condición humana. En otras palabras, la interacción de bestias y seres humanos implica un intercambio de roles; en nuestro caso, somos víctimas de una metamorfosis licantrópica a la inversa (el hombre como depredador de sí mismo, más allá del instinto, enfermizamente apegado a las relaciones de dominio). He aquí la desengañada fluencia surreal en la poesía de César Moro: “Serás un volcán minúsculo más bello que tres perros sedientos haciéndose reverencias y recomendaciones sobre la manera de hacer crecer el trigo en pianos fuera de uso”. No podemos olvidar el sueño de Pedro en Los Olvidados: La gallina le obsequia al niño un solazador augurio que lo reconcilie con su madre, la cual matará su hambre con sendos filetes; sin embargo, el Jaibo –agazapado debajo del camastro- le frustra el festín cual gallinazo desvergonzado. En El Ángel Exterminador, los burgueses no pueden traspasar su prisión edificada en prejuicios y supersticiones de clase; paradójicamente, los corderos se pasean impunes por toda la mansión, sólo que van en dirección al reducido matadero ocupado por una turba hambrienta y perversa. Definitivamente, el Diablo hecho mujer patea el culo piadoso de San Simeón el estilita, muy a pesar de ser siervo de Dios.
Valencia, 6 de agosto de 2011.