AZUL FORTALEZA O DE LA SERENIDAD EN LA TORMENTA
José Carlos De Nóbrega
El mar es una bruma sonora en la distancia.
La noche sigilosa abolió los paisajes.
Soledad, sombra, tedio, quietud... y tu recuerdo
que abre en la noche ciega la estrella inolvidable.
Luis Enrique Mármol, Sin ti...
Este libro de nuestra amiga Marisol Pradas excede el género de la literatura confesional: Constituye una epístola amorosa dirigida a su hijo Ernesto para conmemorar y honrar a Martín, a Sol, a Oscar y Andrea más allá de su desaparición física. Dialogar con nuestros muertos -ante sus tumbas, en la casa o el trajín de la calle- nos conducirá a una vindicación de la vida misma, sin importar la obligatoria pasantía que hemos de cumplir en este cielo e infierno terrenales. El arranque del libro describe la conversación sentida que sostiene la voz narrativa con sus más queridos fantasmas; nos retrotrae escenas conmovedoras del film Fanny y Alexander de Ingmar Bergman, en las que vivos y muertos se enredan en una maravillosa tertulia, o algunos versos del poeta brasileño Carlos Néjar que refieren el límite impreciso entre uno y otro mundo: "Mis muertos, estamos apegados / a la misma herencia. / Pero lo que nos separa / es que se esté adelante. // No les alcanzo / y esta distancia / es la que me hace cautivo. // Hay una cubierta apenas / a ser partida. / Muertos míos, / hay una cubierta apenas / y anchos los sueños". Habitamos la casa en un ejercicio de la memoria yuxtapuesta al sueño: A tres cuadras del mar, Martín se balancea dichosamente en la hamaca, Sol dispone en el lienzo un enternecedor fatalismo convertido en madre que clama ante el hijo yaciente, mientras que Oscar y Andrea se convierten en destellos enamorados de una luz alocada y transparente trazada por Armando Reverón.
En este caso, la confesión no es artificial ni edulcorante, mucho menos "edificante" en el sentido confortable y utilitario de la literatura testimonial o de autoayuda: Nos invita a una comunión viva con su autora, sin estridencias estilísticas ni alcabalas que propendan a la manipulación emocional del lector; por el contrario, en Azul Fortaleza privan el inequívoco tono conversado del ensayo y la serenidad de la voz narrativa en la apropiación apetitosa de la vida, superado el deslave de la tragedia que embarga pero no logra enseñorearse del corazón. Los valores que dignifican a la humanidad no son pataleos absurdos en arenas movedizas que pretenden ahogarnos, impunemente, durante situaciones extremas: "Muchos valores no se enseñan en las aulas. Son aspectos muy arraigados dentro de las vivencias personales que el libre albedrío cultiva en los preciosos jardines internos". Efectivamente, el uso institucional de la llamada educación en valores, no es más que la bacinilla de peltre con el que se intenta reprimir el ejercicio libre de la ciudadanía. Cónsona y cómplice con la ética trocada en mercancía según (C)Eme(n)terio Gómez, la cultura de las organizaciones empresariales, educativas y gubernamentales son la apología del envilecimiento y el gregarismo de sus miembros. Por lo que el libre pensamiento y, peor aún, la conciencia libertaria están fuera de orden. ¿Cómo se explica entonces que se premie la delación, el despropósito y la medianía por encima de la iniciativa propia a contracorriente de tan decadente clima institucional? No importa que el delator o el arribista sea gerente de la empresa transnacional, directivo de liceo o reportero gráfico de vil y ponzoñosa reputación.
Nuestra ciudad es abordada de manera directa y cruda, sin afán de desquite ni intenciones inconfesables: "Acuérdate que Valencia es una ciudad pequeña, con muchos cómplices alrededor, con muchas relaciones entre las gentes, familias poderosas emparentadas entre sí, porque entre ellos mismos se casan, se relacionan y qué les puede importar que tú seas periodista". Nada parece haber cambiado, el estigma colonial y endogámico es el sustrato de la práctica capitalista valenciana. Sin embargo, la crítica que se desprende de Azul Fortaleza, producto de la indolencia de propios y extraños ante la doble tragedia personal, no se deja contaminar por el resentimiento. Las dificultades son regalos que otorga la vida para el enriquecimiento interior derivado de la persistencia del Amor: "Siempre estuvo ahí, la fortaleza del mar, acompañando y esculpiendo al ser. Fortaleza azul, azul fortaleza del espíritu, combustible de vida y deseos". La estulticia de la empresa no pudo doblegar la honestidad de Martín, caballero de carta cabal con el cual compartimos y celebramos el culto a la mujer y al matriarcado; también nos acompaña la solidaria voz poética de Oswaldo González, para la abuela Adela y la mamá María, "Que en el patio de mi infancia / embrujaron el día / con vainilla y canela". Los capítulos que homenajean a Sol Pradas son poéticamente festivos, pues asumen con cariño y ternura la figura paterna en clave de samba triste: no obstante su desencanto y su sentido negro del humor, la memoria lo rescata en su iconoclastia depredadora de triciclos para combatir el dolor de rodillas, sus lienzos luminosos y su poesía abriéndose paso con la voz seca y traviesa. Se empalma el escritor polaco Bruno Schulz en otro homenaje a la locura paterna: "Abajo, a los pies de este Sinaí crecido por la ira de mi padre, el pueblo gesticulaba, blasfemaba, veneraba a Baal y comerciaba". Asimismo, la tragedia de Vargas recompone a Oscar y Andrea con dolor y poesía: la furia de la montaña los llevó camino al mar, sin embargo son unos preciosos cosmonautas que engalanan lo que denomina el poeta Freddy Hernández Álvarez litoral de ausentes: "Los ahogados en la extensión gris / son la noche sacudiendo la memoria". Martirio que trajo consigo la supervivencia de Mamá Rosario y sus nietos Andrómeda y Vangelis. He aquí un libro que toca a los lectores apelando a la solidaridad y la contristación mutuas, sin que nadie hipoteque sus convicciones ni su cosmovisión en particular. El diálogo es franco y harto corajudo, apostando por la vida con inquebrantable terquedad en el epicentro mismo del tsunami. Oigamos la serena y deliciosa voz de Marisol: "Los libros no los hace uno, ellos asaltan y toman al que cumple la tarea de transcribirlos frente a la máquina de escribir o computadora. Mejoran lo que uno quiere decir, transforman, alcanzan verdades y el trabajo de quien luego aparece como autor es dejarse fluir con esa sinfonía de alientos".
En Valencia, la de Venezuela, 22 de abril de 2009.