SIETE SELLOS DIABÓLICOS
José Carlos De Nóbrega
Por favor permitidme presentarme.
Soy un hombre de fortuna y buen gusto.
(...)Mucho gusto, espero que ya conozcáis mi nombre
Pero lo que os intriga es la naturaleza de mi juego.
Sympathy for the Devil, The Rolling Stones.
1.- Existen tres fuerzas, sólo tres fuerzas en la Tierra, capaces siempre de dominar y cautivar la conciencia de esos débiles rebeldes, para su felicidad..., y esas fuerzas son: milagro, misterio y autoridad. Tú rechazaste la una, la otra y la tercera y diste ejemplo de ello. Fedor Dostoievski. En el apartado “ El Gran Inquisidor ” inserto en la novela Los Hermanos Karamázovi, Dostoievski se flagela a sí mismo en la apostasía, bordeando la epilepsia: El Inquisidor demoniza a Cristo en una inoportuna y segunda venida a la Tierra. La fe sobreviviente y comunitaria de las Catacumbas fue degradada por la burocracia clerical en el discurso de poder romano revisitado, transfigurado en la cabeza de pez y el cayado papal. Ya lo había observado Arturo Graf: “Sin el Imperio romano Satanás hubiera resultado muy diferente de como es o fue”. Los hermosos pezones de la Magdalena Penitente de Tiziano, nos reconcilian con la complacencia del ojo ante la brutal belleza de las cosas. ¿Que qué pensamos del Amor? Que es la única antípoda del Poder. La Venus de Urbino aguarda en el lecho y nos perturba en el desafío. No en balde, los anacoretas de Miguel Otero Silva aún monean los olivos para mirarle las tetas a la Magdalena, en vez de administrar las posesiones materiales de la Iglesia obtenidas en un trueque de Ultratumba: a cambio del Cielo por venir. La vil institución tripartita no sólo entenebrece la mente y el cuerpo, sino también incita a la amputación onanista; revisemos para qué sirvió la mano cortada del padre Sergio de Tolstoi: indicar a una sensual mujer el camino a la tumba de un convento y no al calor de la cópula comunitaria y apetitosa. La compulsión por la vida es lo diabólico, pues la metafísica rebelde le disputa el lugar al mito y a la alienante ritología que convocan a manadas bovinas y resignadas. La satanización del otro es mutua en la confrontación religiosa, filosófica, política e ideológica. Años más tarde, Martín Lutero azuzará al Diablo arrojándole un tintero o maldiciéndolo con su feo culo flatulento; sólo así culminaría la traducción de las Santas Escrituras en lengua vulgar. Se apelará a San Juan, el viejito bonachón exiliado en la isla de Patmos –me lo figuro igualito a Briceño Guerrero-, para descalificar a la gran puta purpúrea que es la Iglesia Católica, o a la Bestia que sube del mar (los psiquiatras) o la que sube de la tierra (trotkistas, revisionistas y anarquistas). La exégesis no desentrañará el misterio de la vida, por el contrario, nos distraerá criminalmente del goce libertario de amar al otro con sus virtudes y defectos. El beso de Cristo al Gran Inquisidor estremece al jesuita, pero no lo persuade de sostener en el tiempo un discurso de poder vertical e insomne por amor a la humanidad. Como lo apunta Albert Camus, la tragedia de Iván Karamázovi descansa en la abundancia de amor sin objeto, en el mero silencio de Dios: el beso de Alioscha, que cierra la disputa, lo retrotrae empero al afecto originario:
-¡Plagio!- exclamó Iván, pasando sin transición a cierto entusiasmo-. ¡Eso lo has tomado de mi narración! Pero gracias, no obstante. Levántate, Alioscha; vámonos, que es tarde para los dos.
2.- Satanás, s. Uno de los lamentables errores del Creador. Habiendo recibido la categoría de arcángel, Satanás se volvió muy desagradable y fue finalmente expulsado del Paraíso. A mitad de camino en su caída, se detuvo, reflexionó un instante y volvió.
--Quiero pedir un favor --dijo.
--¿Cuál? --Tengo entendido que el hombre está por ser creado. Necesitará leyes.
--¡Qué dices miserable! Tú, su enemigo señalado, destinado a odiar su alma desde el alba de la eternidad, ¿tú pretendes hacer sus leyes? --Perdón; lo único que pido es que las haga él mismo.
Y así se ordenó. Diccionario del Diablo, Ambrose Bierce.
Por tal razón, el Psiquiatra del Diablo aduce (bajo la lluvia de verduras podridas) que su paciente es una institución presidida por la mixtura. Cristo indaga el nombre de ese arcángel caído: Me llamo legión porque somos muchos. El mismo Bierce define el Pandemonium como el antiguo lugar de todos los demonios que hoy sirve de sala de conferencias al Reformador Vocinglero. No es sorprendente que los teólogos estimen su número entre una décima parte de los ángeles de Dios declarados en estado sedicioso, hasta los diez mil billones de bichos. Mucho menos asombra que el Infierno se caracterice por el sinnúmero de estancias burocráticas y castas satánicas (Lucifer Rey; Belial Virrey; los gobernadores Satanás, Belcebú, Plutón y Astarot; doce espíritus familiares, cinco ministros y un secretario de actas, por supuesto). Para T. S. Eliot, los poetas malditos como Baudelaire y Rimbaud buscaban a Dios a la inversa: fastidiando al Diablo en la entonación de letanías sin fin: ¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria! No se justifica la aniquilación de nuestro coro anárquico, edípico y multipolar por vía de la homogeneización del alma. Tal es nuestra desconfianza en las religiones oficiales y las babosadas que campean impunes en los pastiches de la literatura de autoayuda –todas esconden su sustrato dogmático tras un pluralismo de papel-. En el cuento La última cena, Héctor Murena refiere la paradójica y oscura historia del cuadro homónimo de Leonardo: Cristo y Judas Iscariote se hermanan en el mismo hombre que le sirvió de modelo, adosado un alivio que tranquiliza al artista en el asombro.
3.- Cuando encontró a San Antonio
dándose golpes de pecho,
dijo furioso el demonio:
¡Qué curita tan arrecho!
Las Celestiales, Miguel Otero Silva.
José Carlos De Nóbrega
Por favor permitidme presentarme.
Soy un hombre de fortuna y buen gusto.
(...)Mucho gusto, espero que ya conozcáis mi nombre
Pero lo que os intriga es la naturaleza de mi juego.
Sympathy for the Devil, The Rolling Stones.
1.- Existen tres fuerzas, sólo tres fuerzas en la Tierra, capaces siempre de dominar y cautivar la conciencia de esos débiles rebeldes, para su felicidad..., y esas fuerzas son: milagro, misterio y autoridad. Tú rechazaste la una, la otra y la tercera y diste ejemplo de ello. Fedor Dostoievski. En el apartado “ El Gran Inquisidor ” inserto en la novela Los Hermanos Karamázovi, Dostoievski se flagela a sí mismo en la apostasía, bordeando la epilepsia: El Inquisidor demoniza a Cristo en una inoportuna y segunda venida a la Tierra. La fe sobreviviente y comunitaria de las Catacumbas fue degradada por la burocracia clerical en el discurso de poder romano revisitado, transfigurado en la cabeza de pez y el cayado papal. Ya lo había observado Arturo Graf: “Sin el Imperio romano Satanás hubiera resultado muy diferente de como es o fue”. Los hermosos pezones de la Magdalena Penitente de Tiziano, nos reconcilian con la complacencia del ojo ante la brutal belleza de las cosas. ¿Que qué pensamos del Amor? Que es la única antípoda del Poder. La Venus de Urbino aguarda en el lecho y nos perturba en el desafío. No en balde, los anacoretas de Miguel Otero Silva aún monean los olivos para mirarle las tetas a la Magdalena, en vez de administrar las posesiones materiales de la Iglesia obtenidas en un trueque de Ultratumba: a cambio del Cielo por venir. La vil institución tripartita no sólo entenebrece la mente y el cuerpo, sino también incita a la amputación onanista; revisemos para qué sirvió la mano cortada del padre Sergio de Tolstoi: indicar a una sensual mujer el camino a la tumba de un convento y no al calor de la cópula comunitaria y apetitosa. La compulsión por la vida es lo diabólico, pues la metafísica rebelde le disputa el lugar al mito y a la alienante ritología que convocan a manadas bovinas y resignadas. La satanización del otro es mutua en la confrontación religiosa, filosófica, política e ideológica. Años más tarde, Martín Lutero azuzará al Diablo arrojándole un tintero o maldiciéndolo con su feo culo flatulento; sólo así culminaría la traducción de las Santas Escrituras en lengua vulgar. Se apelará a San Juan, el viejito bonachón exiliado en la isla de Patmos –me lo figuro igualito a Briceño Guerrero-, para descalificar a la gran puta purpúrea que es la Iglesia Católica, o a la Bestia que sube del mar (los psiquiatras) o la que sube de la tierra (trotkistas, revisionistas y anarquistas). La exégesis no desentrañará el misterio de la vida, por el contrario, nos distraerá criminalmente del goce libertario de amar al otro con sus virtudes y defectos. El beso de Cristo al Gran Inquisidor estremece al jesuita, pero no lo persuade de sostener en el tiempo un discurso de poder vertical e insomne por amor a la humanidad. Como lo apunta Albert Camus, la tragedia de Iván Karamázovi descansa en la abundancia de amor sin objeto, en el mero silencio de Dios: el beso de Alioscha, que cierra la disputa, lo retrotrae empero al afecto originario:
-¡Plagio!- exclamó Iván, pasando sin transición a cierto entusiasmo-. ¡Eso lo has tomado de mi narración! Pero gracias, no obstante. Levántate, Alioscha; vámonos, que es tarde para los dos.
2.- Satanás, s. Uno de los lamentables errores del Creador. Habiendo recibido la categoría de arcángel, Satanás se volvió muy desagradable y fue finalmente expulsado del Paraíso. A mitad de camino en su caída, se detuvo, reflexionó un instante y volvió.
--Quiero pedir un favor --dijo.
--¿Cuál? --Tengo entendido que el hombre está por ser creado. Necesitará leyes.
--¡Qué dices miserable! Tú, su enemigo señalado, destinado a odiar su alma desde el alba de la eternidad, ¿tú pretendes hacer sus leyes? --Perdón; lo único que pido es que las haga él mismo.
Y así se ordenó. Diccionario del Diablo, Ambrose Bierce.
Por tal razón, el Psiquiatra del Diablo aduce (bajo la lluvia de verduras podridas) que su paciente es una institución presidida por la mixtura. Cristo indaga el nombre de ese arcángel caído: Me llamo legión porque somos muchos. El mismo Bierce define el Pandemonium como el antiguo lugar de todos los demonios que hoy sirve de sala de conferencias al Reformador Vocinglero. No es sorprendente que los teólogos estimen su número entre una décima parte de los ángeles de Dios declarados en estado sedicioso, hasta los diez mil billones de bichos. Mucho menos asombra que el Infierno se caracterice por el sinnúmero de estancias burocráticas y castas satánicas (Lucifer Rey; Belial Virrey; los gobernadores Satanás, Belcebú, Plutón y Astarot; doce espíritus familiares, cinco ministros y un secretario de actas, por supuesto). Para T. S. Eliot, los poetas malditos como Baudelaire y Rimbaud buscaban a Dios a la inversa: fastidiando al Diablo en la entonación de letanías sin fin: ¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria! No se justifica la aniquilación de nuestro coro anárquico, edípico y multipolar por vía de la homogeneización del alma. Tal es nuestra desconfianza en las religiones oficiales y las babosadas que campean impunes en los pastiches de la literatura de autoayuda –todas esconden su sustrato dogmático tras un pluralismo de papel-. En el cuento La última cena, Héctor Murena refiere la paradójica y oscura historia del cuadro homónimo de Leonardo: Cristo y Judas Iscariote se hermanan en el mismo hombre que le sirvió de modelo, adosado un alivio que tranquiliza al artista en el asombro.
3.- Cuando encontró a San Antonio
dándose golpes de pecho,
dijo furioso el demonio:
¡Qué curita tan arrecho!
Las Celestiales, Miguel Otero Silva.
Es evidente la alusión a San Antonio torturado por demonios de la más variopinta ralea. Recordamos a Job persistiendo en su fe, apremiados el espíritu y la carne por situaciones de extrema desgracia. ¿Qué tal si ambos hubiesen blufeado a Dios y al Diablo impunemente? No estaría de más que un benévolo copista registrara esta partida de truco para la posteridad, con gritos e imposturas en la mismísima cara de Dios. Prometeo, encadenado pero pícaro, sentiría que la afrenta estaría bien lavada.
4.- La rebelión metafísica es el movimiento por el cual un hombre se alza contra su condición y la creación entera. Es metafísica porque discute los fines del hombre y la creación. El Hombre Rebelde, Albert Camus. Lamentablemente el amor de Prometeo por la humanidad ha sido mal correspondido: iluminar o esclarecer la conciencia de los hombres por vía de la conjunción de lo profético y lo poético supone el desarraigo y el ostracismo. El debate trascendental que implica la transformación del mundo en la destrucción del status quo, en el necesario defenestramiento de todo principio de autoridad vertical, se elude y pervierte en la hipérbole que es la sustentación de teorías conspiracionales aferradas al pensamiento unidimensional, mítico –desprovisto de todo lirismo- y atávico. A tal respecto, la disolución de lo racional topa con la figura del Anticristo como recurso de la propaganda reaccionaria, independientemente del giro a la izquierda o a la derecha. Indudablemente que el mito del Anticristo transita la vía equívoca que va de la leyenda –preñada de superchería medieval- a la propaganda política –en procura de chivos expiatorios en la consolidación de una utopía, sea el Reich Milenario Nazi o la dictadura del proletariado mediatizada por la nomenclatura y la burocracia del Partido-. Va de la mano con el también legendario tema de la conspiración judía mundial, o más bien la eufemística cuestión judía, la cual constituye la mera excrecencia del antijudaísmo de la institución cristiana que la impuso profundamente en la cultura occidental (al punto de tomar por asalto la esencia del discurso marxista soviético con sus Gulags y aislados lobos esteparios).
Si bien tenemos un Anticristo literal que proviene de las especulaciones de los protestantes fundamentalistas (Hal Lindsey y John F. Walvoord, quienes reviven de manera maniqueísta a Teddy Roosevelt, el cazador magníficamente recreado por Darío), o del ya decadente histerismo católico patente en la intoxicación mística ante finiseculares apariciones marianas en paisajes bucólicos, paredes escoriadas por filtraciones o puertas de baño; algunos de los nuestros -aquí Conrad da palmadas cómplices en la espalda de los lectores- como Dostoievski, se han aproximado a las contradicciones, crisis y contramarchas de nuestra sociedad invocando a un Anticristo literario o de ficción. El Gran Inquisidor, amén de las alusiones al Anticristo en algunas novelas y en el Diario del Escritor, pulveriza la falaz e interesada hermenéutica de predicadores y propagandistas de oficio, más pendientes de hacer y aterrorizar prosélitos que de auscultar en la profecía el rostro paradójico de la condición humana. Se nos antoja magistral e imprescindible a la hora del debate como Heart of Darkness de Joseph Conrad, pues hurga sin armisticios ni cortapisas la vocación y el ejercicio del poder: El Inquisidor se sabe manipulador y sojuzgador de los hombres que cambian la primogenitura (el libre arbitrio y el albedrío) por un suculento y confortable guiso de lentejas. Reconviene a Cristo su rechazo al milagro, misterio y autoridad, pues achica y dificulta el camino de salvación (su contrario es el ejercicio desenfadado y responsable de la libertad) trocada en una existencia digna y decorosa –si no veámonos en el tenebroso y burgués espejo del Iván Ilich de Tolstoi-, sin apuesta ni afán respecto a la quijotesca empresa de transformar el mundo.
Por su parte, Carl Gustav Jung afronta la crítica a la morbosa y harto castrante escatología pre y post-milenarista que nos hace calzar el puritanismo (provenga de dónde provenga). Manifiesta que el Anticristo complementa de manera justa, necesaria y natural a Cristo, sin que sea posible ninguna disociación contra natura (tal como lo pretendía la óptica positivista y victoriana del doctor Jeckyll, no la ramplonería y el mal gusto impuesto por Hollywood). Lo cual corresponde con el misticismo inverso de Baudelaire y Rimbaud, además de la mordacidad anarquista y furibunda del Marqués de Sade, para quienes la búsqueda de la esencia debía comenzar en el muladar, en el cieno, en la dispersión de los sentidos, en la mismísima concupiscencia. En otras palabras, es “la manifestación final kenótica (de autovaciamiento) de Cristo”; nos despojamos de nuestros miedos, tabúes y terrores atávicos con complacencia a los efectos de confrontarnos a nosotros mismos sin el riesgo de “quedarnos en el viaje para siempre”, sea la infusión de campanita, el peyote o la heroína aliados o señores nuestros.
Se ha esgrimido la terrible estampa del Anticristo literal, muy pertinente la categoría patentada por Bernard McGinn en El Anticristo. Dos milenios de fascinación humana por el mal (1997), así como la inminencia del peligro judío, el terrorismo islámico o la amenaza amarilla, no sólo arraigada en intereses políticos, económicos y territoriales bien concretos; sino también a partir de nuestros miedos salvajes e infiernos particulares que ameritan el sacrificio del otro, nuestro prójimo, para sublimar y sustituir obscenamente la mutilación de nuestros apestosos y contaminados miembros. Entonces, “tratamos de flagelarnos en el onanismo de nuestras ensoñaciones piadosas” (Dietrich Boenhoeffer dixit), temerosos e histéricos siempre de una repentina muerte que intentamos postergar a través de la sangre que se coagula en la piedra del sacrificio.
5.- Y levantando a los techos de los edificios, por arte diabólica, lo hojaldrado, se descubrió, la carne del pastelón de Madrid como entonces estaba, patentemente, que por el mucho calor estivo, estaba con menos celosías, y tanta variedad de sabandijas racionales en esta arca del mundo, que era la del diluvio, comparada con ella, fue de capas y gorras. El Diablo Cojuelo, Luis Vélez de Guevara. Tal es la virtud de Lucifer o del diablo cojuelo: convertir el espionaje tras la persiana americana en otra de las bellas artes. No hay distinción entre la curiosidad y el morbo, pues ambos son el bisturí para la necropsia de ley. El Aleph de Borges es una travesura satánica, difuminada la pálida imagen fantasmal de la amada. El conocimiento aparejado a la metodología es un camino crítico que afecta hasta el acto de cepillarse los dientes, como bien lo escribe y practica el poeta Oswaldo González. Es el sueño muy humano de hacerse del don de la ubicuidad.
6.- Tres vueltas de Carnero/ Te fuiste por el agujero/ Todos los groseros a bailar encima de lava volcánica/ Súbele volumen a la música satánica. Tango del Pecado, Calle 13. El Diablo ha sido un invitado o, mejor aún, socio de inestimable valía en el mercado de la música popular. Sin perder de oídas las hazañas de Florentino en el contrapunteo con el indio de las tinieblas, el rock tomó prestada la esencia del Diablo como Discurso. Lo cual va de la rebeldía libertaria de The Rolling Stones al efectismo medieval bien logrado de agrupaciones como Black Sabbath (recientemente un reality show, The Osbournes, nos muestra a un Ozzy común, tieso y tembloroso paterfamilias burgués devorando los burritos en casa y los murciélagos crudos en el pandemonium del escenario). Marilyn Manson es un fanático evangélico que, como de costumbre, ha vivido a expensas del prestigio de Satanás: su estética musical y visual se asemeja sospechosamente a la decoración interior de las camionetas de pasajeros que vincula lo prosaico y lo pornográfico (si su hija sufre y llora, es por un chofer señora) a los sensibleros afiches románticos de Hello Kitty y el monstruo de Tazmania. El erotismo del reaggeton, en la mayoría de los casos, no pasa de los orgasmos fingidos de Micaela cuando visita a su doctor. Sin embargo, los narcocorridos constituyen un raro hallazgo, pues edifican la épica de los narcotraficantes contra el doble discurso del Departamento de Estado de los Estados Unidos. Surcos como Cruz de Marihuana y Sigo Torcido son declaraciones inequívocas de principios que afectan a los compositores, intérpretes y personajes recreados. Por ejemplo, en El Cura un sicario perdona la vida a uno de sus encargos; sólo que el sobreviviente se disfraza de cura, lo cual obliga al asesino a darle cuatro balazos con su pistola escuadra como un acto de fe y militancia a la manera de la Compañía de Jesús. El Demonio acompaña a Cantinflas en Ahí está el detalle: ¿Cuál es su gracia? El Don de la Palabra. Nos queda entonces la pregunta capciosa del personaje encarnado por Kevin Spacey en Sospechosos Habituales: ¿Cómo le disparas al Diablo?
7.- Yo me estuve quieto, fumándome un rubio sin apuro, mirándolo ir y venir sabiendo que perdía su tiempo, que volvería agobiado y sediento sin haber encontrado las puertas del cielo entre ese humo y esa gente. Las Puertas del Cielo, Julio Cortázar.